De Argos a Luka (El amor debería ganarle al dolor)

 


Murió mi perrita schnauzer color sal-pimienta la mañana del 17 de septiembre, doce días antes de mi cumpleaños. Ahora entiendo por qué septiembre es melancólico y no me parece casualidad haber nacido en el noveno mes cuando también lo hace el otoño; arboles comienzan a llorar hojas marchitas y anaranjadas, y las puestas de sol siempre son acompañadas por un aire gélido.

Si pudiera decir qué forma tiene el luto diría que justo es una puesta de sol, me da tanta tristeza que Luka ya no pueda mirarlas recostadas sobre la barranca verde donde ella solía correr como un cometa. Un cometa al atardecer.

La casa perdió su alma, no se escuchan más las patitas correr por el pasillo o esa sacudida a las seis de la mañana, no se escuchan los ladridos, no se escucha nada. No hay rastro de las travesuras de Luka, nadie se toma el agua de horchata olvidado en alguna habitación, nadie hace ruido en la zotehuela comiendo lo que no debería, nadie se sube al comedor. Y sin embargo, su esencia se respira en cada rincón como si todavía estuviera aquí.

En este momento se llevan a cabo rituales. Marco, mamá y yo, preparamos las camitas de Luka, cada una sobre su propia cama, la herencia de Luka fueron sus paliacates que tanto amaba; mamá conserva el último suéter que usó y que guardó celoso su aroma, aroma a perrita. Marco guarda su pelota, y yo…

Yo tomé su collar con el que parecía una hermosa campanita que nunca más volverá a sonar y robé su shampoo del baño en caso de que algún día Marco o mamá sientan la suficiente valentía para tirarlo.

No me siento preparada aún, nadie lo está, de quitar, tirar o donar sus cosas. Lo único que sí, fueron las croquetas y medicinas. Sin embargo, cuando en una conversación mamá dijo que después se donarían o algo, un frío anestesió mi corazón. Cuando eso suceda, quizá, sentiré que mamá la ha olvidado, aunque diga que eso nunca sucederá.

Sus cenizas están en una maceta roja, la idea es que de ellas, “un árbol de abundancia”, crecerá; al menos me alegro que ella sigue en la casa y no enterrada por algún lugar feo y hediondo. Continúa con nosotros, en mil formas diferentes…

A veces es un incendio que consume mis nervios, pareciera que el cielo prometido en realidad somos nosotros, esa famosa y poco consoladora idea de que viven dentro de nosotros la siento en mí, pero nunca me basta, yo necesito creer que ella sigue por ahí, existiendo como una nebulosa independiente de mi memoria. Nuevos miedos brotan, uno es precisamente a los recuerdos, tan distantes porque no puedo acariciarla más, pero son lo único que me queda para vivir. ¿Vivir?

He despertado del más hermoso sueño de mi infancia, el asfixiante deseo de tener un perro, ¿cómo le explicó a la niña dentro de mí que su perrita se murió? Que ya no existe y es hora de despertar.

El luto por un animal de compañía se considera un duelo desautorizado de acuerdo al Instituto Mexicano de Tanatología. La gente cree que una perrita se reemplaza como coca-cola.

Pronto se te pasará y querrás otro, no te cierres.

Creo que es el comentario más estúpido e hiriente que me persigue en estos meses, la masa de personas no permitiría tales declaraciones ante la muerte de un hijo o un hermano.

 Quisiera escuchar a alguien suficientemente valiente para declarar: esta bien no querer otra perrita, es un dolor mortal, es tu familia también.  ¿Por qué si los perros al perdernos se abandonan a la muerte, nosotros no lo tenemos permitido? ¿Es acaso la más bella estafa de Dios? ¿Vivir más que el amor verdadero que alguna vez recibiremos? Once o quince años me parece una miseria.

Así que, al tener prohibido morirme y tras una crisis de cortarme el pelo esa misma noche de septiembre, apareció una luz que me acompaña siempre; luz que acuna mis emociones, las apaga, transforma, enciende de nuevo.

La literatura y escritura me recordaron sus existencias, creo que fue un acto en defensa propia contra el dolor, tomar la pluma y empezar a escribir. Aquello me llevó a investigar a los “perros de la literatura”, pues escuchaba demasiados elogios y homenajes a los gatos…

¿Dónde están los perros? El mundo necesita conocer más sobre el amor más puro que alguien puede encontrar.

Entonces recordé a Argos, símbolo de lealtad y amor incondicional; el ser que espero por veinte años a su humano y el único capaz de reconocerlo; quien marcaría el camino para Colmillo Blanco, Nana de Peter Pan, Flush, Leal, Cipion y Berganza, el caniche blanco, Kashtanka, entre otros hermosos perros de papel.

Ahora también sería para mi schnauzer guerrera, Luka, el ser que me enseñó a luchar porque simplemente la vida es maravillosa, por que su vida lo era aun en contra de mi depresión y luchó hasta su último segundo por nosotros tres.

Y es justo que esa memoria sea  honrada, conocida por otros más. Mi perrita Luka se convertirá en una canina de papel dentro del género de ensayo literario.

Es por ello que el vocabulario es importante para referirse a los guerreros; “duelo”, que refiere a una batalla entre dos, retrata el enfrentamiento entre el dolor y el amor dentro del luto mismo. Un proceso curvilíneo, donde parezca que alguno llevará la ventaja por momentos, pero es muy importante saber quién quieres que gane en el recuerdo de tu ser querido, y al menos para mí, una guerrera debe ser recordada con amor. Porque los perros que vienen de la estrella de Sirio son seres maestros que nos enseñan esa materia elemental al vernos tan perdidos.

La literatura me ayuda a moldear este homenaje y con su viento llegar a personas que experimentan este desconsuelo, para que encuentren en mi Luka a sus propios guerreros peludos, de Argos a Luka solo deberían encontrar menos dolor y más amor.

 

 

 

Semblanza:

Krizia Fabiola Tovar Hernández, nació en el Estado de México- México. Desde hace ocho años publica en revistas digitales principalmente poesía, cuentos y ensayos literarios, actualmente es miembro de Grammata escritores donde participa en el programa paranormal asimismo pertenece a la Comisión Internacional Especializada en Literatura, Arte y Cultura.

 

 

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