El vestido de mi cumpleaños
Milenario escritor de algún paraíso celestial, piadoso a mi alma quijotesca dirigió tus pasos a mi ciudad de cuervos, mientras versos de una poeta de Pensilvania pintaba en mi techo lavanda fantasías del segundo infierno. Tus vientos agitados arrasando el puerto de mis oídos, el azúcar de tu lengua en mi pezón y mis dedos entre tu pelo, escribiendo “mía” en mi muslo revueltos en nuestro pecado. Esperabas atrás de la puerta común, con tu camisa de cuadros rojos la tarde del 29 de septiembre, escogí ese vestido negro y ningún otro solo para ti. El vestido me preguntaba si lo mirabas, no encontré algún sol plateado por tus pupilas doradas, te lo escondiste bien en sombras de una luna de octubre. Me quitabas otros vestidos, sin imaginarlo tú esperabas por aquel de color negro del 29 de septiembre, donde se acurrucaban entre su suave tela tus placeres y también mis heridas abiertas. Aclamé altas notas de poesía