Los narcisos

 

A Samuel Elizalde que me regaló lirios en lugar

de narcisos y se ha quedado a pesar de todo.

 

Desconozco la razón por la que Pablo me regaló narcisos cuando mi marido se suicidó.

“Es un simple gesto de empatía” comentaron algunas vecinas.  El pueblo de Eco me acompañaba en mi dolor, todos nos conocíamos, pueblo chico significaba gran familia.

Mi esposo era estimado por llevar a cabo un proyecto para construir un jardín para los niños, no quería manchar su imagen, así que Pablo me ayudó a guardar el secreto acerca del suicidio, nadie notó la marca de la cuerda en el cuello. Supongo que este era el favor que luego cobraría: limpiar mi culpa.

Pablo comenzó siendo un simple vecino a quien daba los buenos días. Aquella tarde al morir mi esposo, se presentó verdaderamente consternado frente a mi puerta con el ramo de narcisos.

-Querida, lamento tu pérdida, José Luis era un hombre ejemplar y todos deberíamos aprender de él.

¿Narcisos?

Su repulsivo aroma melocotón y algo más sacaba a la superficie terribles recuerdos de mi infancia, la casa de mi madre y sus regaños, cuando debía plantarlos o regarlos contra mi voluntad, su simple presencia en el comedor era un suplicio.

Los coloqué en uno de los floreros que custodiaba el ataúd, no sabía si eran los narcisos o mirar a mi esposo muerto lo que casi me hace vomitar. Fue casi imperceptible, pero al paso de las horas me percaté que las demás flores alrededor de los narcisos se marchitaban.

Pablo no se alejó ni un momento de mí, me resultaba incómodo, pero al mismo tiempo reconfortante.

¡Váyase al carajo el mundo mi marido ha muerto!”

Cada día me visitaba con un nuevo ramo de narcisos, en algún punto le confesé mi aberración por ellos, sin embargo, Pablo me convenció de dejarlos en cada rincón de mi casa.

Mi querido vecino poco a poco se involucraba más en el proyecto del jardín de los niños, y… también conmigo.

Tenía un encanto que me conquistaba; su altruismo por los demás, la manera en que los niños se acercaban a él y su compañía en noches en que la culpa era insoportable.

-Querida mía, José Luis era un gran hombre, pero también egoísta. Te abandonó y te dejó sola, yo jamás habría hecho tal cobardía.

Por primera vez vi una sombra en sus ojos, sentí escalofríos, intuía que había algo turbio en ellos, sin embargo, nada reclamé, asentí obedientemente, por un instante creí sus palabras.

Bastó un año para que el jardín de los niños de Eco estuviera abierto, Pablo se llevó el crédito por lo que debió pertenecerle a mi esposo, a quien solo se le dedicó una pequeña placa en su memoria, perdida entre arbustos y ramas. Pablo estaba extasiado por los reconocimientos de la gente.

A los pocos días me propuso matrimonio, mi casa continuaba ahogándose de ese fétido aroma de narcisos. Pablo se limitaba ahora a darme una flor de narciso, ya no sus acostumbrados ramos. Fue una noche en la que sentí una terrible comezón, empezaron a salirme llagas y úlceras en la piel al contacto esas asquerosas flores.

Cuando expresé a Pablo esta inquietud, dijo que estaba loca, mi piel estaba en perfecto estado, por lo que me llevó a un hospital psiquiátrico tras mi insistencia. ¿POR QUÉ NO LO VEÍA? ¡ALLÍ ESTABAN LAS LLAGAS!

 El doctor tajantemente declaró que presentaba un estado de neurosis, ocasionado por el estrés de mi próxima boda. Pablo y él hablaron a solas, decidieron que era mejor internarme al menos por una semana para poder regular mi estado. Parecía que había una extraña complicidad entre ellos…

Por más que yo decía que era por una alergia o intoxicación por los narcisos, mis replicas se convirtieron literalmente en un triste eco para el doctor y mi prometido.

El lado bueno de permanecer internada fue que la comezón desapareció, yo sabía que era por tener lejos a los narcisos, me untaron un poco de crema para tranquilizarme, pues no paraba de decir que tenía ulceras y llagas, no sé por qué el personal del hospital me hacía creer que estaba loca, si allí estaban. Me inyectaron un sedante para dormir.

Al darme de alta, casi no estaba en casa, por lo tanto, no tenía mucho contacto con los narcisos. Durante una semana, fui a probarme mi segundo vestido de novia y a aprobar el banquete; Pablo parecía tratarme como antes, con aquellos detalles esplendidos.

El día de la boda, recibía con gustos las felicitaciones y elogios, mientras yo me sentía sola desde el primer día en el hospital, extrañaba a José Luis.

Esa actitud noble y considerada en Pablo se evaporó una vez solos en la luna de miel; en el hotel me rechazó al momento de la intimidad y pidió una habitación aparte, abandonándome entre pétalos de narcisos, entre almohadones y sabanas que me provocaron comezón y estornudos.

Me sentí como trapo sucio y no como una feliz novia.

No obstante, al amanecer otra vez parecía otro hombre, por un momento, no había indicios de su desprecio y desdén, invitándome a un lugar bonito que, según él, parejas visitaban una vez consumado su amor. Se trataba de un lago, el más bonito del pueblo de Eco.

Pero si tú y yo no hemos consumado nada”- pronuncié para mis adentros.

En el auto Pablo cambió de nuevo su semblante, abrió la boca para mostrarme los dientes, una mirada que me resultaba familiar, a la de mi madre cuando me reprendía. Conducía en círculos alrededor del lago, sin destino fijo.

-¡¿SABES QUÉ HE ESTADO PENSANDO?” ¡¡¡TÚ OCASIONASTE LA DESGRACIA DE JOSÉ LUIS, ES TU CULPA, ESTOY CONVENCIDO QUE LE DISTE SUFICIENTE RAZONES, ASÍ QUE AGRADECE QUE ESTÉ AQUÍ Y QUE GUARDÉ TU SECRETITO!!!

 

Perdió el control del volante, el auto derrapó hasta chocar con un árbol; aún con sangre en su frente, Pablo salió tambaleándose; cerca de la orilla del lago arrojó su anillo de bodas y al mirar hacia el cuerpo de agua pareció quedar hipnotizado. No alzó la mirada ni por equivocación, cada paso lo hundía más, yo le grité para que volviera en sí, para que volviera, pero no me escuchaba.

Cuando abrí el cajón frente a mí para buscar un celular, solo encontré un narciso, sentí cómo mi garganta se cerraba por la alergia y entonces, desmayé.

No tenía claro que sucedió los días posteriores, únicamente me dieron la noticia de que Pablo había muerto ahogado en el lago, lo cual me provocó una sombría sensación de paz.

Suspiré.

Preparé el funeral con mayor ímpetu que la misma boda, los comentarios y rumores no se hicieron esperar.

-¡Ay mujer ya se te fueron dos maridos que desgracia la tuya!

Siendo completamente sincera en esta ocasión no me sentía triste, al contrario, al fin había pagado el favor que le había hecho a ese monstruo. Por fin me había redimido. Tiré a la basura todos los narcisos, cuidándome con guantes de latex y una mascarilla. Nunca entendí por qué el hospital psiquiátrico creía en Pablo y no veían mis úlceras y llagas, quizá él les había pagado para hacerme perder la cordura, no me extrañaría tal truco. 

Esa noche, no tuve paz, una serie de pesadillas me inundaban; almohadones de narcisos incrustándose en mi cuello y orejas como sanguijuelas, su asqueroso perfume, colmillos de un vampiro, ataúdes y llagas; ¿Qué era real y que era falso?

Desperté con la intención de ir a caminar para despejarme, quise visitar el jardín de los niños y sentarme junto a la pequeña placa dedicada a mi primer (y único) marido. Quería olvidar…

El viento del invierno me ayudaba a sentirme despierta, parecía que por fin tendría paz hasta que de la nieve vi brotar algunos narcisos. Al arder el aroma en mi nariz, grité pero nadie escuchó, cerré los ojos y entonces perdí la razón…

 

 

Krizia Fabiola Tovar Hernández

Estado de México, México

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