Luka
En mi infancia mi deseo más grande era tener un perro.
Solía pensar mucho en eso durante largos meses y cómo para mi desgracia había
sido la tendencia a una alergia a los pelos de éstos, parecía no existir
esperanza alguna, un sueño flotando en el frío universo.
Al despertar a la adolescencia, debido a los designios
inexplicables de la vida esa alergia desapareció de alguna manera,
concentrándose en los baúles llenos de polvo. Aunque también despertó alguien
más dentro de mí.
Se trataba de un perro negro que al parecer solamente yo
veía; lo veía en mis sombra, en mis pesadillas, entre las penumbras de mi
pasillo. A veces creía ver una chispa roja en sus ojos, como si no fuera un
perro sino una bestia. Sin duda era una bestia de la que había escuchado
rumores pero en realidad nadie se atrevía a decirle por su nombre, se referían
nada más como “el perro negro”. Si mi familia se enteraba que yo también lo veía
creerían que estaba loca por pensar que en nuestra casa viviría tal infamia.
Poco tiempo después de aquel perro me estuviera siguiendo
aquel perro llegó a la casa una cachorrita schnauzer color sal pimienta. Un
regalo de mi tío para mi abuela. Yo la verdad no quise hacerme ilusiones. Por
muchos años mi abuela se rehusaba a tener un perro, ya sea por mi alergia o por
otras razones que solo ella conocía.
Aquel primer día que la cachorra estuvo en la casa no vi al
perro negro ni siquiera en la sombra. Me encontraba demasiado feliz como para
ponerle la atención de siempre.
La cachorrita, a quien se le había decidido nombrar como
Luka, me miraba con cierta intriga… curiosidad. No entendía la razón. Mas tarde
cuando me fui a dormir, y con el privilegio de su compañía, ella comenzó a
llorar en cuánto apagué la luz. La subí a mi cama y así se tranquilizó.
Pasaba el tiempo, cuando estaba lejos de ella, regresaba el
perro negro. Me gruñía, parecía beber extasiado mi miedo, porque en verdad se
lo tenía. Noches en las que Luka se dormía en otra habitación, veía al perro
negro asecharme entre la oscuridad y también al cerrar los ojos, en el mundo
onírico de mis pesares.
A mi perrita le encantaba la sombra de un árbol lavanda,
frondoso, tenías la impresión de que ni siquiera el invierno pasaba sobre él, y
tampoco a través de Luka, era uno de aquellos momentos cotidianos en que la
felicidad se presentaba. A pesar de ello, no podía concentrarme en mirar a Luka
disfrutar de las torrentes de viento al levantar los pétalos lilas, el perro
negro me lo impedía. Me dedicaba a
alimentarlo con mis lágrimas.
Luka, en ocasiones se alejaba de mí. Muy dentro de mí lo sabía, ella podía ver al
perro negro. Creía que aquella bestia era grande y fuerte. Sobre todo en los
meses oscuros cuando tuve una fuerte ruptura con el novio de ese momento y más
tarde la muerte de mi mejor amigo. Al perro negro le gustaba más husmear por mi
cabeza que por el mundo terrenal, por explicarlo de alguna manera. Me llevaba por laberintos de dolor, hacia
preguntas sin respuestas, hacia las acciones insuficientes, hacia lo que jamás
podría arreglar. Una noche mi capacidad se había roto, no paraba de llorar.
Afortunadamente esa noche Luka estaba durmiendo en los pies de mi cama, mis
sollozos la despertaron.
Fui capaz de ver sus orejas curiosas hacia mi dirección.
Por primera vez fui testigo de que se acercaba hacia mí aún en contra de los
gruñidos del perro negro, sabía que no estaba loca, ella también los escuchaba,
pero ella respondía con un gruñido más fuerte, el perro negro por primera vez
estaba intimidado por Luka.
Ella recostó su cabecito justo en mi pecho, justo en el
corazón sabiendo que ahí me dolía la vida. El color negro de ambas pérdidas que
sufría por un momento tuvo destellos dorados y luego todo un sol. La herida
abierta se curaba con el bálsamo que mi perrita derramaba. No tuvo miedo de mi
dolor.
Hasta que en el mes de agosto sucedió algo terrible.
Nadie en la familia sabía la causa; Luka comenzaba a
presentar tos y de inmediato acudimos con su veterinario de toda su vida.
Primera equivocación: confianza de más a su doctor. Tal ser humano, por no
maldecir de peor forma, terminó por intoxicarla con medicamentos que no eran
los apropiados a su verdadero problema.
Y sin embargo, ella tenía una fortaleza tal que me dejó impresionada, la
forma en cómo se aferraba a la vida. Una completa cachetada para mí, que toda
la vida de esa perrita yo me envolví en estado de auto-conmiseración.
Casi me muero con ella.
En el día crítico ya ni siquiera era capaz de levantarse,
mi sueño de la infancia se estaba terminando, aquel que tanto anhelaba y yo no
lo había disfrutado por siempre alimentar a ese maldito perro negro, al perro
que no debía.
Su árbol de lavanda favorito se le cayeron un montón de
hojas, y por primera vez fui consciente de su belleza, ¡pero se le cayeron
muchas hojas! ¡Luka se pondría más triste!
Estaba muy molesta con el perro negro, que no me dejaba
disfrutar de los momentos bellos y llenos de paz, me molestaba conmigo misma
por darle tanto poder.
Lo miré directo a los ojos y por un instante se hizo
chiquito.
Llevamos a Luka al hospital, casi al borde de la muerte, de
la muerte del sueño de mi niña interior y también de la adulta que ya me había
convertido...
Por suerte Luka era más fuerte de lo que imaginábamos,
junto con la dedicación y profesionalismo de verdaderos veterinarios pudo
salvarse.
Todo parecía ir tranquilo hasta que se descubrió, que, a
pesar de su fortaleza y salvación, Luka presentaba ahora un daño renal.
Un sentimiento de tristeza se apoderó de mí.... pero ya no
cómo antes. Por qué esa pequeña schnauzer me daba la lección más importante de
la vida: ser fuerte, no rendirse.
El perro negro ya no se escondía en mi sombra, era raro
soñar con él. Cuando lo llegaba a ver, ya no parecía la gran bestia de antes,
al contrario, se convertía en un cachorrito. Intimidado ante la presencia de
Luka al regresar a casa.
Yo terminé con lo que quedó de él, lo maté al instante de
decidir que quería seguir viviendo y esperar a algo mejor. Luka me había
enseñado que la esperanza existía, los sueños se hacen realidad, y que las
mejores cosas siempre llegan.
No podía seguir dándole tanto poder a la maldita bestia de
Churchill, como se le conocía entre las personas que sí lo vimos en algún
momento de la vida.
Luka se mostraba más fuerte y recuperada cada día a pesar
de su daño renal. Su nuevo veterinario había dado luz que con medicamento
podría vivir algunos años más. Yo luchaba contra mis malos momentos para no
atraer a ningún otro perro negro. Luka seguía amando a su árbol lavanda a pesar
de los pétalos que nunca recuperó.
Prefería vivir esa pequeña primavera que era mi Luka con su
árbol el tiempo que durara y no recordarla o disfrutarla cuando su invierno
llegara.
Prefería vivir el sol de mi perrita que alimentar de dolor
y miedo a otro perro negro que se llevara otra vez mis mejores años junto a
ella.
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