Esperanza
Creo que fue la única alma que escuchó mi llanto
camuflado por la tormenta. Ella y nadie más. Ni siquiera yo quería ser
consciente de mi almohada empapada; en realidad fantaseaba con un interruptor
para emociones.
Tenía una bala incrustada en el centro del corazón, o
al menos esta era la metáfora más cercana para describir el dolor, el peor en
mis veintitrés años.
“¿Por qué mi amigo ya no estaba aquí? ¿Por qué vivo
esto? ¿Por qué está en ese frío ataúd cuando tenía tantas cosas que hacer,
sentir, escribir? ¿Por qué no volveré a leer otro de sus poemas? ¿Por qué
decidió irse de aquí? ¿Cuál era su dolor más grande que nadie supimos ver? ¿Por
qué me quedaba sola? ¿Por qué … por qué… por qué?”
Le vi apenas las orejas curiosas, Luka, mi perrita
schnauzer sal pimienta, se acercó sigilosamente hacia mi tempestad, no tenía
miedo del abismo en mi interior, incluso parecía revelarse de alguna manera,
valiente, imponente, fuerte.
Sin más, se acercó a mi corazón, justo encima de la
bala, me devolvió la respiración, así permaneció toda la noche. Aquel día supe que mi medicina para tener
esperanza eran unos pelos color sal pimienta.
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