El cuervo que jamás te olvida
Me
acuerdo del 16 de julio de 2019 como si fuera ayer, como si lo viviera hoy. Creo
que el dolor fue tan grande que me sentí demasiado viva, con cada uno de mis
sentidos en alerta pero al mismo tiempo anestesiados, casi muertos. Creía que
sería otro día igual, con una rutina bien planeada: tomar una clase de ensayo
literario; terminaría el día para empezar de la misma forma el siguiente. Así
que la noticia que recibí aquella mañana destruyó no únicamente mi rutina sino
por un instante mi vida completa: mi mejor amigo había tomado una terrible
decisión…
Antes
de ese día, del 16 de julio, yo no tenía entusiasmo por leer a Poe. Me parecía
fastidiosa la forma en que los profesores, en absolutamente todos los grados
escolares, incluyendo los de universidad, tendían a elegir una y otra vez los mismos cuentos del escritor
norteamericano. El corazón delator y El gato negro; si acaso la novedad El misterio de la casa Usher y volvíamos
a comenzar. No me cruzó por la mente, en ninguna de aquellas ocasiones
monótonas, que Poe sería el único capaz de retratar el dolor que sentía por mi
mejor amigo. El cuervo, se convirtió
en mi himno, motivos, palabras. Me acuerdo cómo un mes ante del 16 de julio él limpió
mis lágrimas, repitiéndome que creía en mí para seguir escribiendo… Cuando
nadie más lo hacía. Me acuerdo que el 16 de julio no podía siquiera tragarme el
pedazo de sándwich. Me acuerdo que
ese día, lleve flores para él. Me acuerdo que verlo dormir para siempre casi me
hace vomitar. Me dijeron que era un reflejo involuntario y normal debido a la
sorpresa. No me daba asco mi amigo, me daba asco el dolor. Me acuerdo cómo unos
meses después leía a Poe, la gente analizaba cada uno de mis parpadeos, sabían
cuan afectada me encontraba. El chico de la biblioteca de mi escuela comenzó a
llamarme Bello Cuervo; en un
principio me pareció tierno sin imaginarme que sería un nuevo nombre, una nueva
identidad. Me acuerdo del día que lo conocí, tan guapo y excéntrico con un
traje formal, con su corbata y saco. Quería mostrarse tal y como era,
verdaderamente su esencia: un poeta…
Me acuerdo de las lágrimas de ese día al regresar de mi casa. Me salí antes de la clase de ensayo literario justo cuando me dieron la noticia, no podía soportar la idea de permanecer en el lugar donde lo conocí. Las esquinas de los pasillos respiraban su esencia. Mi familia se angustió al verme tan mal, me abrazaron. Por primera vez en mi vida vi a mi tío llorar por mi propia tristeza. Les dije cómo había dejado este mundo y quienes le llorábamos. Me acuerdo que el 16 de julio marcó un antes y después en mi vida, en mis versos, en mí. Me convertí en un cuervo que le convirtió a aquel joven poeta en el alma de su poesía. En su razón de luchas, para ser valiente al hablar de la tristeza, de la sombra de sentimientos oscuros; tan profanos de los que nadie desea hablar. De cómo una persona se ahoga hasta morir porque tenemos prohibido hablar sobre tristeza, angustia, desasosiego. Los cuervos siempre son muy incomodos de ver, se creen tantos tabús sobre ellos y por eso creo que mucha gente me ve como un cuervo, alguien que debería dejar de hablar de ciertos temas, sin saber que el conocimiento de ellos es vital. Los cuervos también son sabiduría, no por nada posan sobre los hombros de Odín aunque a veces se olvida. En la maldita cultura de la felicidad forzada. De cómo el suicidio me arrebató a la persona que más amaba
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