“Obra de caridad”
Regresaban
de su luna de miel más felices que antes. Al conducir por la avenida que los
dirigía a su hogar, experimentaron una especie de abrazo a pesar de la brisa
que presagiaba una tormenta, por fin él podía tranquilizase.
-En
verdad mi vida es más hermosa que nunca- expresó Yocasta.
-No
dudes que continué así- contestó Hades, besando la cálida mano de su ahora
esposa.
Tras bajar del coche, miraron con nostalgia el
departamento donde la historia comenzó tras mudarse hace un año, soltaron un
suspiro de alivio que fue interrumpido por el ladrido de un perro negro; Hades
lo miró un poco enfadado.
Aquel perro le miró con cierta familiaridad que lo
desconcertó, el reloj marcaba las siete de la tarde y aún la luz proyectaba
sobre el pavimento; miró su sombra y volteó por todos lados como si alguien
fuera a robársela, Yocasta le llamó con ternura:
- Amor, entremos ya, estoy exhausta.
- Claro, vamos-contestó Hades confundido, el perro había
desaparecido.
Una vez adentro le inundó el alivio, no entendía
porque un animal lo había asustado tanto, ¿y por qué él se inquietaba por ello
si ahora tenía la vida soñada? Yocasta parecía encantada y feliz, eso importaba
más que cualquier cosa.
- ¿Ya le hablaste a tu madre para avisar que
llegamos bien? No quisiera preocupar a mi suegra querida, por cierto, coméntale
que los almohadones son preciosos, uno de sus grandes obsequios de bodas. –
anunció con sonrisa traviesa.
- Cierto, en un momento le marco- y así actuó.
En realidad, evitaba la llamada, no por su madre en
sí, se trataba de esos momentos donde un terremoto del pasado amenazaba con
destruir esa vida perfecta, su madre era cómplice, guardiana de aquel… secreto.
-Hola madre, te aviso que Yocasta y yo nos
encontramos bien, ya llegamos a nuestro hogar-trató de mantener el tono de voz
cordial.
- ¡Mi hijito lindo, que bueno, gracias por
avisarme! El viernes me cuentas cómo les fue…
- Mamá- interrumpió Hades - ¿todo está en orden por
allá verdad? - parecía un niño asustado cuando hizo la pregunta, pero se forzó a
mantener seguridad.
- Sí mi amor todo saldrá bien… -a pesar de la
palabra “amor” la textura de su voz parecía gélida.
- Gracias… Yocasta amó los almohadones…
- ¡Tu esposa es lo que importa mi hijito! Hablamos
luego mi niño, seguro regresaron muy cansados.
- Sí mamá tienes razón, gracias otra vez….
Por lo menos esa noche durmió en paz a pesar de los
relámpagos y granizos golpeando el alfeizar.
Los perros percibían el miedo, creía en dicha
superstición sin asegurar cuánto de verdad tenía. El animal volvió a aparecer
dos días después fuera del departamento cuando marchó hacia el trabajo. La mirada tranquila del perro recostado en la
acera se confirmó con un bostezo, el estado del perro le desconcertó.
Hades se consideraba una buena persona, generoso
tanto con el prójimo como con animales gracias a la crianza de sus padres
quienes desde niño le inculcaron empatía y solidaridad: a la gente mayor
serviles de apoyo, plantar árboles, proteger a un animal herido, realizar
donaciones, asistir a centros de acopio frente a desastres naturales, ayudar a
los más necesitados, ayudar siempre, ayudar cualquiera que fuera la
circunstancia, ayudar y ayudar.
“No te
quedes con los brazos cruzados” frase repetida por su padre desde la
infancia.
Sí, él obraba de esa manera, pero nunca estaba
satisfecho. Sorprendido por ser tan generoso y todavía tener un tremendo vacío
en su interior. Yo soy generoso, se repitió en la cabeza; gente a su
alrededor le confirmaba, virtud, sinónimo inherente de su personalidad, Yocasta
y su madre también. Él lo confirmaba para sí tras pensar en ese secreto, la
obra de caridad más grande jamás hecha. Con esa idea llegó confiado al trabajo.
Las felicitaciones, comentarios y abrazos de sus amigos por su boda no
esperaron, sonrisas de extraños le rodearon. Incluso su jefe de carácter frío
expresó el orgullo con un abrazo.
Hades no pudo contener una risa nerviosa, el sentimiento
de plenitud estalló como corriente eléctrica.
- ¡Qué bonita máscara te pones! — gritó
una voz desde lo más profundo de su corazón, provocando que la sonrisa se
esfumara. El jefe notó la repentina palidez de su rostro y preguntó la razón.
-No es nada, no se preocupe…--contestó de manera
precipitada.
-Si necesita salga a tomar aire—con una sugerencia
de aire autoritario, el jefe regresó a su máscara hermética. Hades salió a
recuperar el aire, algo sabía, esa voz no le pertenecía a él.
De regreso a su hogar, se percató que el perro
continuaba en el mismo lugar y con la misma postura. Quiso acercarse para
convencerse a sí mismo que solamente era el retorno de su ansiedad, simple
paranoia sin sentido, según él ya controlaba un poco el asunto de su condición
con una dosis diaria de clonazepam y lo probaría.
El imponente animal no se inmutó con su cercanía. Era
un idiota por aterrarse, él que amaba tanto a los animales. Apenas al posar las
yemas de sus dedos sobre la frente del perro, esté cambió su postura, rígido profirió
un suave gruñido. Hades creyó que su imaginación le traicionaba, recargó
completa su mano en la cabeza de la criatura, que gruñó más fuerte y lanzó una
mordida que él esquivó a tiempo. Agitado juró no volver a acercarse al maldito
perro, corrió hacia la puerta común de su edificio.
Por otro lado, Yocasta le recibió cariñosamente,
lanzándose hacia sus brazos le besó. Por fin, algo de paz en su agitado día,
apretó a su esposa contra su cuerpo, entre risas y un baile torpe marcharon a
su habitación. Hades albergaba el deseo de borrar aquella angustia resucitada,
¿ansiedad o una inmensa culpa? ¿Por qué le afectaba ahora recién casado? No
quería entenderlo, anhelaba hundir la sensación en el olvido, los dos
enamorados hicieron el amor. La vida pintaba perfección otra vez.
En la madrugada palpó el almohadón ligeramente
húmedo, quiso ignorarlo; al cabo de un punto le produjo repulsión. Abrió los
ojos… ¡sangre! Asustado miró a su amada muerta.
-¡NO! ¡NO! ¡YOCASTA NO! ¡DIOS, NO! — creyó sentir un
infarto, hundió su cabeza en el cuello de la mujer. Una vez que se apartó no veía
Yocasta, veía a alguien más, veía a…
Despertó bañado en sudor, su esposa dormida apaciblemente.
Veía la luz platinada de la calle besando su espalda desnuda, Hades la abrazó como
un niño pequeño buscando a su madre luego de una pesadilla, ella ronroneó.
-Di que me amas- exigió Hades.
- Te amo más que a nada…- en contraposición el tono
suave de Yocasta contestó y él la apretó con fuerza hacia sí, sin embargo, el
vacío no se iba…
Un asco enorme le provocaron los almohadones con esa
pesadilla, recordó la viscosidad de la sangre en su mejilla, aún en la semana
siguiente.
En el comedor, Yocasta tomaba una taza de café
mientras tenía unas copias frente a ella que leía con vivo interés, Hades
tentado a prepararse una, tenía presente la mala idea que tal acto cotidiano
significa con los ansiolíticos en su sistema, gracias a sus continuas crisis.
De hecho, pensaba aumentar la dosis por cuenta propia, las cosas se salían de
control cada día.
El perro negro defendía su territorio, el poste del
alumbrado público frente al hogar de Hades, imagen cotidiana para algunos, y sin
embargo, incómoda para él, aún no entendía por qué le producía tanta angustia
ese animal. Yocasta no le daba importancia a tal suceso, parecía más
entusiasmada con la lectura.
- ¿Qué lees amor? - preguntó curioso Hades.
- El cuento de Ursúla K. Le Guin, Los que se
marchan de Omelas, te arroja en la cara muchas preguntas sobre la calidad
humana, hasta qué punto vale sacrificar a uno por la felicidad de miles y hasta
qué punto puede llegar la indiferencia ante una injusticia, cada persona lo
maneja diferente, lo ignoran o simplemente se marchan, como marca el título. Ya
lo había leído, pero necesito repasarlo para un ensayo que me gustaría escribir
para una revista de sociología. La situación del niño escondido en ese lugar
oscuro nunca deja de perturbarme…
-
¡Vaya, suena bastante interesante, ¿luego me prestas tus copias para leerlo? —
contestó Hades con desdén.
-
¡Claro! Al mirarte, recuerdo que no todo está podrido en este mundo, eres noble
y compasivo, soy afortunada de estar casada contigo— aseguró Yocasta con su
acostumbrado tono amoroso, aquellas palabras llamaron la atención completa de
Hades.
-
¿De verdad piensas eso de mí? — preguntó fascinado.
-Claro
que sí, eres el ser humano más bueno que conozco. — confirmó su esposa, el
cumplido le robó una sonrisa maliciosa a Hades.
-
Amor, ¿no te parece increíble que justo en nuestro aniversario de novios organicemos
una gran donación con los amigos para ayudar al orfanato? Ya quiero abrazar a
esos niños, me dan ganas de tener un bebé, deberíamos hacer esa clase de
eventos cada año, ¿no? — comentó Yocasta un poco nerviosa con el comentario acerca
del bebé, buscó rápido los ojos de Hades, los cuales le recibieron con calidez.
-
¡Me parece excelente idea! También la del bebé…— dijo traviesamente.
La donación había sido un éxito, se recaudaron todo
tipo de necesidades como ropa, juguetes, productos de higiene persona, etc. Las
monjas encargadas del orfanato estaban complacidas frente las atenciones del
matrimonio con los niños, quienes entre juegos daban besos a Yocasta y otros
querían colgarse de la espalda de Hades para seguir divirtiéndose como si se fuera
su padre. Amigos de ambos no paraban de felicitarlos por la deliciosa comida, nadie
dudaba de ellos como un ejemplo a seguir de un matrimonio.
Todo resultó perfecto hasta regresar a casa, el
perro negro había desaparecido, lo cual fue un alivio. En algún momento para
publicar las fotos de la donación en redes sociales, Hades tropezó con una
publicación que atrapó su atención, la ansiedad se disparó a través de sus
venas como si fuera un incendio, el corazón latía más fuerte, le pareció
escuchar que el aullido del perro.
“TRAS
UN AÑO DE LA DESAPARICIÓN DE LA POETA CUYO PSEUDONIMO PERSÉFONE SE RECUERDA CON
ESTOS VERSOS SUYOS.”
El
nombre otra vez frente a sus ojos, ¿cuál
desaparición? Se suponía que ella estaba
a salvo, lo sabía antes de irse, se había despedido de ella, de su gran amiga.
La idea de la desaparición le parecía inconcebible, ella seguía con su vida y lo
sabía mejor que nadie, no quería creer semejante aberración, los autores de
dicho post eran unos locos. Noticia sensacionalista nada más, comunes en
el internet, trató de convencerse a sí mismo. Él conocía la verdad, él la
conocía a ella y al tanto de los necesidades de su persona, él había hecho una
última obra de caridad por ella, la mayor de su vida entera y no necesitaba
publicarlo en redes sociales; aquellos locos buscaban visitas, el mundo estaba
loco menos él; en la mañana llamaría a su madre para preguntar si todo seguía
en orden como hace un año, hace un mes tras la luna de miel, sí eso haría y
todo estaría igual de perfecto. Recordó las risas de la tarde, convencido de
que él siempre había sido una buena persona, tomó más clonazepam.
Cuando Yocasta tomó una ducha para relajarse, él
aprovechó para sacar de una maleta el portafolio viejo del que su esposa no
tenía conocimiento; se llevó consigo una botella de alcohol, cerillos y
encendedores; salió con el alivio de no encontrarse otra vez al perro negro, caminó
rumbo hacia la barranca a pocos metros de su edificio, armó una fogata pequeña
y sacó los poemas.
Poemas que ella le había dedicado, poemas de los
cuales si su mujer se enteraba desencadenaría en una escena de celos, y él no enfrentaría
una pelea, tan cobarde para resolverlas. Acarició las hojas arrugadas, ya manchadas
de color amarillo por el tiempo. A pesar de las llamas que parecían hambrientas
de esos versos no alcanzó el valor para deshacerse de esas letras ¿Por qué
quemar esos poemas que le recordaban su bondad, gentileza y el amor sin mesura
que alguien tenía por él? Estos poemas le recordaban que él era una musa, una
buena persona. Volvió a meterlos en el portafolio, empezó a acomodarse el
cabello por unos minutos, en suaves y después frenéticos movimientos, se
arrancó un puñado de cabello, lo miró casi hipnotizado, limpió su mano, bebió
un sorbo de alcohol y apagó el fuego. Debajo del alumbrado público fumó tres cigarrillos
perdidos en los bolsillos de su chamarra, por un segundo percibió su sombra;
con un terrible vértigo entró a su departamento.
Escondió el portafolio debajo de los sillones, anotó
mentalmente que por la mañana debía ponerlo en su escondite. Yocasta lavaba los
platos contrariada, él le preguntó qué sucedía.
-Saliste y no me avisaste nada, no sé… me preocupe
por un momento. — contestó agotada.
- Mi amor… ¿me perdonas? Salí a fumar un cigarro,
nada más—, su voz era apenas un siseo, le rodeó la cintura con sus brazos.
- Bueno, de acuerdo sólo que prometiste dejarlo
¿recuerdas?
- Está bien hermosa esposa no se preocupe más…- le
hizo girarse para dedicarle una sonrisa y poco después un tierno beso. Ella
sonrió a pesar de notar algo extraño en la mirada de Hades…
El transcurso de la
noche pasaba como océano en su mayor paz…no tardó en llegar la tormenta.
Otra vez el maldito perro negro, con una mirada
maligna, sus ojos ahora rojos destellando rabia, ladró tan fuerte como para
reventar oídos. La imagen lo inquietó en mayor medida cuando la escena fue de
pronto una catástrofe, de cielo negruzco, árboles secos, suelo gris e infértil,
tan muerto sin esperanza de ver vida allí. Entonces, vio esa figura femenina
que tanto evitaba, la vio… a ella. Su
pelo enmarañado y largo hasta la espalda, uñas rotas, piel amarilla y ojos
tristes. ¡No, no soportaba esos ojos tristes! El can ladró con mayor estruendo.
¡TÚ ERES EL HOMBRE! ¡TU SOMBRA TIENE MI NOMBRE!
Fue todo lo que gritó una voz…
De
pronto, Yocasta se encontraba a su lado, se acomodó molesta como si entre sus
sueños sintiera el terror de los de su esposo.
No había otra opción en la mañana haría una
llamada.
En lugar de la alarma fueron los ladridos del perro
negro afuera los que lo levantaron para iniciar el día. Preocupado acomodaba su
cabello, las uñas mordía, rasguñaba su cara. Tomó otro par de ansiolíticos,
aunque surgió la idea de su imprudencia con el aumento de la dosis, quizá eso
provocaba las pesadillas.
La llamada se adelantó a sus intenciones, su madre
al otro lado comunicó lo que él tanto temía:
- ¡Tienes que regresarte ya el secreto salió de
control hijito lindo! — la angustia en la voz disparó más su estado maniaco,
¿qué pasaría con su vida tan perfecta? El perro no paraba de ladrar.
- ¡Sí, sí, madre ya, prepararé el viaje! — contestó
irritado y colgó, ¡estúpido animal no se calla!
- ¡Mierda, mierda! Yocasta dame algo para
lanzárselo a ese maldito perro
- ¡¿Qué te pasa amor?¡ ¿Por qué quieres lastimar a
un animal? ¿Qué perro?
- ¡Maldita sea, el pinche perro que está afuera!
—no le importó hablarle de esa manera su amada.
- No hay ningún perro afuera Hades…—, señaló
Yocasta por la ventana.
Y en efecto, no había ningún perro…
Preparó sus maletas más irritado que nunca, Yocasta
estaba loca, ¿cómo no darse escuchar esos ladridos del demonio? O quizá el
perro había desaparecido justo en ese momento y alterado creyó que lo escuchaba,
también podía ser otra opción. Nada entendía, ¿quizá él volvía loco?
- ¡Ya te dije que no me acompañarás Yocasta! No
quiero exponerte, mi madre tiene una grave enfermedad—, mintió.
- Pero quiero cuidar a mi suegra, amor en tu estado
conducir es una mala idea. —replicó su esposa.
- Yocasta ¿qué estado? En verdad no voy a discutir,
ella pidió que fuera solo ¿de acuerdo? Te aviso cualquier cosa, tú no te
preocupes ¿sí? Anda, ve a escribir ese ensayo, en momento se me pasa la crisis ya
me tomé mi medicina —, temblando se acercó amorosamente hacia ella, con una
insegura caricia deseo reconfortarla, besó su frente y continuó empacando.
Cuando Yocasta se marchó vencida por su terquedad hacia el estudio, él aprovechó
para sacar el portafolio con los poemas, lo guardó en la maleta y continuó
preparando su viaje.
Seis horas por carretera lo habían dejado más que muerto,
a fuera de la casa de su madre, no deseaba encarar su pasado. Regresar por esa razón resultaba un castigo
injusto de Dios a su bondad; ¿por qué después de un año ahora brotaban los
problemas? ¿Su madre no controlaba perfectamente aquella situación? ¿Por qué
sentía aquel vacío de nuevo a pesar de su vida perfecta? ¿Entonces la
desaparición…?
No, él había hecho lo correcto siempre; un hombre
honesto, bondadoso, noble que buscaba en la mínima oportunidad realizar obras
de caridad y la gente conocía su bondad.
Decidido a dormir se percató con una rápida mirada
hacia la esquina, captar una forma negra de un animal.
¡¿NO, ESE PERRO DEL DEMONIO ME SIGUIÓ HASTA AQUÍ?!
Sí, otra vez el animal frente a él, cuando lo miró
aquel ladró con rabia. Hades salió del auto, recogió una piedra a un lado de la
llanta, dispuesto a matar al demonio que tanto lo atormentó durante el último
mes. Mientras se aproximaba el perro negro tomó su postura de ataque exponiendo
los colmillos.
- ¡Ah ven por mí mierda! ¡Ya me tienes hasta la
madre! — Hades enloquecido retó al animal. Sus gritos fueron tales que
provocaron la salida de un vecino a asomarse, él no se había percatado hasta
que le llamó.
- ¿Vecino? ¿Hades es usted? Hace tanto tiempo que
no lo veía, su madre me comentó sobre su boda… ¿Se encuentra bien, usted fue
quien gritó? Lo veo muy alterado…
Con la piedra en el puño a punto de arrojarla, miro
hacia la esquina donde había visto al perro, pero de nuevo solo la nada estaba
ahí.
-Sí don, no se preocupe, estoy cansado fue un largo
viaje de carretera y me pareció ver algo … extraño, como una rata o algo así y
no sé si mi madre le comentó que tuvo problemas con una plaga hace un… mes –,
titubeó Hades.
- No me comentó nada hijo, pero dile que cualquier
cosa, aquí estoy a sus órdenes para ayudarla, ustedes han sido tan generosos
con mi familia.
- Sí, gracias don, yo le digo si no le molesta ya
entraré a la casa, vengo de un viaje en carretera.
- Sí hijo, buenas noches descanse —, con una
sonrisa rápida Hades se despidió, pero por dentro estaba a punto de caer en un
estado de locura y gritar alrededor del fraccionamiento.
Una vez dentro de su vieja casa, tuvo la sensación
de que los pies se quemaban como si estuviera parado sobre carbón encendido, no
soportaba estar ahí, comenzó a rasguñarse la cara como hace unos días, pero
ahora hasta el punto de sacarse un poco de sangre arriba de la sien, rodeó su
cuello con sus manos como si deseara ahorcarse, el oxígeno poco a poco huía de
la habitación, en ese momento su madre apareció con los ojos tan abiertos que
en cualquier segundo se expulsarían de las cuencas.
- ¡Hijito lindo ya no pude seguir tus
instrucciones, una desgracia acaba de ocurrir! – comentó angustiada.
- ¡A VER MAMÁ YA, POR UNA PUTA VEZ DIME QUÉ CARAJO
PASÓ! — la sensación del fuego no se concentraba nada más en los pies, sino ya
por todo el cuerpo.
- Ve al sótano a cerciorarte tú mismo, ocurrió ayer…
—, suplicó su madre.
Así lo hizo, el lugar que tanto evitó durante el
último año se lo comía con cada paso, ahí yacía su obra de caridad más
importante, generosidad en su estado más puro, ¿por qué sentía tanta
culpa? Abrió la puerta, lo primero que
lo recibió fue el aroma a sangre, orina y desperdicios de comida. El rostro de
Perséfone aún irradiaba belleza junto a una profunda tristeza a pesar del manto
de muerte encima de ella, de sus venas brotaron ríos de sangre, ahora secos
junto a una hoja sucia en la que se leía:
“No podía más con estas jaulas, ¿por qué me
encerraste en este lugar oscuro? ¿Si el amor había muerto para qué me retenías
en tu vida si yo no quería? No ayudes si nadie te lo pide, yo no te lo pedí a
pesar de mis problemas, todo el mundo tiene problemas y tú te sientes mesías. Pero
eres tan egoísta que lo usaste cómo excusa para vivir a costa mía. Te fuiste
con ella pero no te entendías sin la
sombra de mis poemas y amor, necesitabas salvaguardar esta sombra para mantener
y construir tu felicidad: encima de ruinas de mi tristeza que tan bien conocen
las ratas y cucarachas, mi única compañía. No podías ni querías tenerme, pero
tampoco perderme. Me diste el papel de la loca sin poder sobre mis propias
facultades para justificarte a ti mismo esta clase de cautiverio como si fuera
un perro o un cuervo. ¿Qué tal si tu gente lo supiera, y se te cae la máscara
al fin? Se te derrumba tu inframundo de hombre generoso y bondadoso. ¡Tú y tu
madre son los verdaderos desquiciados!
Tu ahora muerta Perséfone.”
De su pelo brotaban piojos y su piel amarilla llena
de costras de mugre tan naturalmente desagradables a la vista. Hades no contuvo
el llanto, sin importarle aquella inmundicia abrazó a su obra de caridad más
grande su vida.
-No, tú no te atrevas a abandonarme, escuchaste…
¡NO DEBES! Tú eres quien siempre fue egoísta, quisiste alejarte de mí y no lo
habría de permitir, tú sola provocaste esto, tú tenías y mi deber fue ayudarte
nada más, eres una mala agradecida, te di este lugar para que nunca estuvieras
sola, para darte la seguridad de que nunca iba a dejarte, tú malinterpretaste
mis intenciones ¿por qué escribiste esta mierda que en nada se compara con tus
poemas? Tus muñecas abiertas… carajo ¡esto es lo que evitaba! ¿Ya ves cómo tú
eras la de los problemas? — sus lágrimas disparadas como bombas cayeron en la
mejilla putrefacta de la chica— ¡NO PUEDES DEJARME ASÍ! ¡MALDITA SEA NO! ¡YO NO
MEREZCO ESTO! Mira como correspondes, has arruinado mi vida entera, ya no vas a
seguir amándome nunca más…
- Hijito, ya vete a dormir, mañana yo limpió todo,
¿de acuerdo? Mamá se encargará de todo, no tienes que preocuparte. Nadie se va
a enterar de esto te lo prometo, mi niño hermoso, eres bueno y generoso nunca
lo olvides.
Lloró como un bebé esa noche particularmente limpia
de contaminación y llena de estrellas, a la lejanía escuchó el aullido de un
perro, del mismo perro negro…
Semblanza:
Krizia Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México, en 1996. Algunos de sus
escritos aparecieron en las revistas Reflexiones Alternas , Poetómanos, Prosa Nostra mx, revista enpoli, Teresa MAGAZINE, revista literaria pluma, pretextos
literarios, revista hispanoamericana de
literatura, revista literaria monolito, Más literatura, clan Kutral, vertedero
cultural, circulo literario de mujeres, perro negro de la calle, el morador del
umbral, La página escrita, La liebre de
fuego, y El templo de las mil puertas, entre otras. Estudió
la licenciatura en Ciencias Humanas en el Centro Universitario de Integración Humanística.
Semblanza:
Krizia Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México, en 1996. Algunos de sus
escritos aparecieron en las revistas Reflexiones Alternas , Poetómanos, Prosa Nostra mx, revista enpoli, Teresa MAGAZINE, revista literaria pluma, pretextos
literarios, revista hispanoamericana de
literatura, revista literaria monolito, Más literatura, clan Kutral, vertedero
cultural, circulo literario de mujeres, perro negro de la calle, el morador del
umbral, La página escrita, La liebre de
fuego, y El templo de las mil puertas, entre otras. Estudió
la licenciatura en Ciencias Humanas en el Centro Universitario de Integración Humanística.
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