“Obra de caridad”

 

Regresaban de su luna de miel más felices que antes. Al conducir por la avenida que los dirigía a su hogar, experimentaron una especie de abrazo a pesar de la brisa que presagiaba una tormenta, por fin él podía tranquilizase.

-En verdad mi vida es más hermosa que nunca- expresó Yocasta.

-No dudes que continué así- contestó Hades, besando la cálida mano de su ahora esposa.

Tras bajar del coche, miraron con nostalgia el departamento donde la historia comenzó tras mudarse hace un año, soltaron un suspiro de alivio que fue interrumpido por el ladrido de un perro negro; Hades lo miró un poco enfadado.

Aquel perro le miró con cierta familiaridad que lo desconcertó, el reloj marcaba las siete de la tarde y aún la luz proyectaba sobre el pavimento; miró su sombra y volteó por todos lados como si alguien fuera a robársela, Yocasta le llamó con ternura:

- Amor, entremos ya, estoy exhausta.

- Claro, vamos-contestó Hades confundido, el perro había desaparecido.

Una vez adentro le inundó el alivio, no entendía porque un animal lo había asustado tanto, ¿y por qué él se inquietaba por ello si ahora tenía la vida soñada? Yocasta parecía encantada y feliz, eso importaba más que cualquier cosa.

- ¿Ya le hablaste a tu madre para avisar que llegamos bien? No quisiera preocupar a mi suegra querida, por cierto, coméntale que los almohadones son preciosos, uno de sus grandes obsequios de bodas. – anunció con sonrisa traviesa.

- Cierto, en un momento le marco- y así actuó.

En realidad, evitaba la llamada, no por su madre en sí, se trataba de esos momentos donde un terremoto del pasado amenazaba con destruir esa vida perfecta, su madre era cómplice, guardiana de aquel… secreto.

-Hola madre, te aviso que Yocasta y yo nos encontramos bien, ya llegamos a nuestro hogar-trató de mantener el tono de voz cordial.

- ¡Mi hijito lindo, que bueno, gracias por avisarme! El viernes me cuentas cómo les fue…

- Mamá- interrumpió Hades - ¿todo está en orden por allá verdad? - parecía un niño asustado cuando hizo la pregunta, pero se forzó a mantener seguridad.

- Sí mi amor todo saldrá bien… -a pesar de la palabra “amor” la textura de su voz parecía gélida.

- Gracias… Yocasta amó los almohadones…

- ¡Tu esposa es lo que importa mi hijito! Hablamos luego mi niño, seguro regresaron muy cansados.

- Sí mamá tienes razón, gracias otra vez….

Por lo menos esa noche durmió en paz a pesar de los relámpagos y granizos golpeando el alfeizar.

 

Los perros percibían el miedo, creía en dicha superstición sin asegurar cuánto de verdad tenía. El animal volvió a aparecer dos días después fuera del departamento cuando marchó hacia el trabajo.  La mirada tranquila del perro recostado en la acera se confirmó con un bostezo, el estado del perro le desconcertó.

Hades se consideraba una buena persona, generoso tanto con el prójimo como con animales gracias a la crianza de sus padres quienes desde niño le inculcaron empatía y solidaridad: a la gente mayor serviles de apoyo, plantar árboles, proteger a un animal herido, realizar donaciones, asistir a centros de acopio frente a desastres naturales, ayudar a los más necesitados, ayudar siempre, ayudar cualquiera que fuera la circunstancia, ayudar y ayudar.

 No te quedes con los brazos cruzados” frase repetida por su padre desde la infancia.

Sí, él obraba de esa manera, pero nunca estaba satisfecho. Sorprendido por ser tan generoso y todavía tener un tremendo vacío en su interior. Yo soy generoso, se repitió en la cabeza; gente a su alrededor le confirmaba, virtud, sinónimo inherente de su personalidad, Yocasta y su madre también. Él lo confirmaba para sí tras pensar en ese secreto, la obra de caridad más grande jamás hecha. Con esa idea llegó confiado al trabajo. Las felicitaciones, comentarios y abrazos de sus amigos por su boda no esperaron, sonrisas de extraños le rodearon. Incluso su jefe de carácter frío expresó el orgullo con un abrazo.

Hades no pudo contener una risa nerviosa, el sentimiento de plenitud estalló como corriente eléctrica.

- ¡Qué bonita máscara te pones! — gritó una voz desde lo más profundo de su corazón, provocando que la sonrisa se esfumara. El jefe notó la repentina palidez de su rostro y preguntó la razón.

-No es nada, no se preocupe…--contestó de manera precipitada.

-Si necesita salga a tomar aire—con una sugerencia de aire autoritario, el jefe regresó a su máscara hermética. Hades salió a recuperar el aire, algo sabía, esa voz no le pertenecía a él­.

De regreso a su hogar, se percató que el perro continuaba en el mismo lugar y con la misma postura. Quiso acercarse para convencerse a sí mismo que solamente era el retorno de su ansiedad, simple paranoia sin sentido, según él ya controlaba un poco el asunto de su condición con una dosis diaria de clonazepam y lo probaría.

El imponente animal no se inmutó con su cercanía. Era un idiota por aterrarse, él que amaba tanto a los animales. Apenas al posar las yemas de sus dedos sobre la frente del perro, esté cambió su postura, rígido profirió un suave gruñido. Hades creyó que su imaginación le traicionaba, recargó completa su mano en la cabeza de la criatura, que gruñó más fuerte y lanzó una mordida que él esquivó a tiempo. Agitado juró no volver a acercarse al maldito perro, corrió hacia la puerta común de su edificio.

Por otro lado, Yocasta le recibió cariñosamente, lanzándose hacia sus brazos le besó. Por fin, algo de paz en su agitado día, apretó a su esposa contra su cuerpo, entre risas y un baile torpe marcharon a su habitación. Hades albergaba el deseo de borrar aquella angustia resucitada, ¿ansiedad o una inmensa culpa? ¿Por qué le afectaba ahora recién casado? No quería entenderlo, anhelaba hundir la sensación en el olvido, los dos enamorados hicieron el amor. La vida pintaba perfección otra vez.

En la madrugada palpó el almohadón ligeramente húmedo, quiso ignorarlo; al cabo de un punto le produjo repulsión. Abrió los ojos… ¡sangre! Asustado miró a su amada muerta.

-­¡NO! ¡NO! ¡YOCASTA NO! ¡DIOS, NO! — creyó sentir un infarto, hundió su cabeza en el cuello de la mujer. Una vez que se apartó no veía Yocasta, veía a alguien más, veía a…

Despertó bañado en sudor, su esposa dormida apaciblemente. Veía la luz platinada de la calle besando su espalda desnuda, Hades la abrazó como un niño pequeño buscando a su madre luego de una pesadilla, ella ronroneó.

-Di que me amas- exigió Hades.

- Te amo más que a nada…- en contraposición el tono suave de Yocasta contestó y él la apretó con fuerza hacia sí, sin embargo, el vacío no se iba…

Un asco enorme le provocaron los almohadones con esa pesadilla, recordó la viscosidad de la sangre en su mejilla, aún en la semana siguiente.

En el comedor, Yocasta tomaba una taza de café mientras tenía unas copias frente a ella que leía con vivo interés, Hades tentado a prepararse una, tenía presente la mala idea que tal acto cotidiano significa con los ansiolíticos en su sistema, gracias a sus continuas crisis. De hecho, pensaba aumentar la dosis por cuenta propia, las cosas se salían de control cada día.

El perro negro defendía su territorio, el poste del alumbrado público frente al hogar de Hades, imagen cotidiana para algunos, y sin embargo, incómoda para él, aún no entendía por qué le producía tanta angustia ese animal. Yocasta no le daba importancia a tal suceso, parecía más entusiasmada con la lectura.

- ¿Qué lees amor? - preguntó curioso Hades.

- El cuento de Ursúla K. Le Guin, Los que se marchan de Omelas, te arroja en la cara muchas preguntas sobre la calidad humana, hasta qué punto vale sacrificar a uno por la felicidad de miles y hasta qué punto puede llegar la indiferencia ante una injusticia, cada persona lo maneja diferente, lo ignoran o simplemente se marchan, como marca el título. Ya lo había leído, pero necesito repasarlo para un ensayo que me gustaría escribir para una revista de sociología. La situación del niño escondido en ese lugar oscuro nunca deja de perturbarme…

- ¡Vaya, suena bastante interesante, ¿luego me prestas tus copias para leerlo? — contestó Hades con desdén.

- ¡Claro! Al mirarte, recuerdo que no todo está podrido en este mundo, eres noble y compasivo, soy afortunada de estar casada contigo— aseguró Yocasta con su acostumbrado tono amoroso, aquellas palabras llamaron la atención completa de Hades.

- ¿De verdad piensas eso de mí? — preguntó fascinado.

-Claro que sí, eres el ser humano más bueno que conozco. — confirmó su esposa, el cumplido le robó una sonrisa maliciosa a Hades.

- Amor, ¿no te parece increíble que justo en nuestro aniversario de novios organicemos una gran donación con los amigos para ayudar al orfanato? Ya quiero abrazar a esos niños, me dan ganas de tener un bebé, deberíamos hacer esa clase de eventos cada año, ¿no? — comentó Yocasta un poco nerviosa con el comentario acerca del bebé, buscó rápido los ojos de Hades, los cuales le recibieron con calidez.

- ¡Me parece excelente idea! También la del bebé…— dijo traviesamente.

La donación había sido un éxito, se recaudaron todo tipo de necesidades como ropa, juguetes, productos de higiene persona, etc. Las monjas encargadas del orfanato estaban complacidas frente las atenciones del matrimonio con los niños, quienes entre juegos daban besos a Yocasta y otros querían colgarse de la espalda de Hades para seguir divirtiéndose como si se fuera su padre. Amigos de ambos no paraban de felicitarlos por la deliciosa comida, nadie dudaba de ellos como un ejemplo a seguir de un matrimonio.

Todo resultó perfecto hasta regresar a casa, el perro negro había desaparecido, lo cual fue un alivio. En algún momento para publicar las fotos de la donación en redes sociales, Hades tropezó con una publicación que atrapó su atención, la ansiedad se disparó a través de sus venas como si fuera un incendio, el corazón latía más fuerte, le pareció escuchar que el aullido del perro.

 

“TRAS UN AÑO DE LA DESAPARICIÓN DE LA POETA CUYO PSEUDONIMO PERSÉFONE SE RECUERDA CON ESTOS VERSOS SUYOS.”

 

El nombre otra vez frente a sus ojos, ¿cuál desaparición?  Se suponía que ella estaba a salvo, lo sabía antes de irse, se había despedido de ella, de su gran amiga. La idea de la desaparición le parecía inconcebible, ella seguía con su vida y lo sabía mejor que nadie, no quería creer semejante aberración, los autores de dicho post eran unos locos. Noticia sensacionalista nada más, comunes en el internet, trató de convencerse a sí mismo. Él conocía la verdad, él la conocía a ella y al tanto de los necesidades de su persona, él había hecho una última obra de caridad por ella, la mayor de su vida entera y no necesitaba publicarlo en redes sociales; aquellos locos buscaban visitas, el mundo estaba loco menos él; en la mañana llamaría a su madre para preguntar si todo seguía en orden como hace un año, hace un mes tras la luna de miel, sí eso haría y todo estaría igual de perfecto. Recordó las risas de la tarde, convencido de que él siempre había sido una buena persona, tomó más clonazepam.

Cuando Yocasta tomó una ducha para relajarse, él aprovechó para sacar de una maleta el portafolio viejo del que su esposa no tenía conocimiento; se llevó consigo una botella de alcohol, cerillos y encendedores; salió con el alivio de no encontrarse otra vez al perro negro, caminó rumbo hacia la barranca a pocos metros de su edificio, armó una fogata pequeña y sacó los poemas.

Poemas que ella le había dedicado, poemas de los cuales si su mujer se enteraba desencadenaría en una escena de celos, y él no enfrentaría una pelea, tan cobarde para resolverlas. Acarició las hojas arrugadas, ya manchadas de color amarillo por el tiempo. A pesar de las llamas que parecían hambrientas de esos versos no alcanzó el valor para deshacerse de esas letras ¿Por qué quemar esos poemas que le recordaban su bondad, gentileza y el amor sin mesura que alguien tenía por él? Estos poemas le recordaban que él era una musa, una buena persona. Volvió a meterlos en el portafolio, empezó a acomodarse el cabello por unos minutos, en suaves y después frenéticos movimientos, se arrancó un puñado de cabello, lo miró casi hipnotizado, limpió su mano, bebió un sorbo de alcohol y apagó el fuego. Debajo del alumbrado público fumó tres cigarrillos perdidos en los bolsillos de su chamarra, por un segundo percibió su sombra; con un terrible vértigo entró a su departamento.

Escondió el portafolio debajo de los sillones, anotó mentalmente que por la mañana debía ponerlo en su escondite. Yocasta lavaba los platos contrariada, él le preguntó qué sucedía.

-Saliste y no me avisaste nada, no sé… me preocupe por un momento. — contestó agotada.

- Mi amor… ¿me perdonas? Salí a fumar un cigarro, nada más—, su voz era apenas un siseo, le rodeó la cintura con sus brazos.

- Bueno, de acuerdo sólo que prometiste dejarlo ¿recuerdas?

- Está bien hermosa esposa no se preocupe más…- le hizo girarse para dedicarle una sonrisa y poco después un tierno beso. Ella sonrió a pesar de notar algo extraño en la mirada de Hades…

El transcurso de la noche pasaba como océano en su mayor paz…no tardó en llegar la tormenta.

Otra vez el maldito perro negro, con una mirada maligna, sus ojos ahora rojos destellando rabia, ladró tan fuerte como para reventar oídos. La imagen lo inquietó en mayor medida cuando la escena fue de pronto una catástrofe, de cielo negruzco, árboles secos, suelo gris e infértil, tan muerto sin esperanza de ver vida allí. Entonces, vio esa figura femenina que tanto evitaba, la vio… a ella.  Su pelo enmarañado y largo hasta la espalda, uñas rotas, piel amarilla y ojos tristes. ¡No, no soportaba esos ojos tristes! El can ladró con mayor estruendo.

¡TÚ ERES EL HOMBRE! ¡TU SOMBRA TIENE MI NOMBRE!

Fue todo lo que gritó una voz…

De pronto, Yocasta se encontraba a su lado, se acomodó molesta como si entre sus sueños sintiera el terror de los de su esposo.

No había otra opción en la mañana haría una llamada.

En lugar de la alarma fueron los ladridos del perro negro afuera los que lo levantaron para iniciar el día. Preocupado acomodaba su cabello, las uñas mordía, rasguñaba su cara. Tomó otro par de ansiolíticos, aunque surgió la idea de su imprudencia con el aumento de la dosis, quizá eso provocaba las pesadillas.

La llamada se adelantó a sus intenciones, su madre al otro lado comunicó lo que él tanto temía:

- ¡Tienes que regresarte ya el secreto salió de control hijito lindo! — la angustia en la voz disparó más su estado maniaco, ¿qué pasaría con su vida tan perfecta? El perro no paraba de ladrar.

- ¡Sí, sí, madre ya, prepararé el viaje! — contestó irritado y colgó, ¡estúpido animal no se calla!

- ¡Mierda, mierda! Yocasta dame algo para lanzárselo a ese maldito perro

- ¡¿Qué te pasa amor?¡ ¿Por qué quieres lastimar a un animal? ¿Qué perro?

- ¡Maldita sea, el pinche perro que está afuera! —no le importó hablarle de esa manera su amada.

- No hay ningún perro afuera Hades…—, señaló Yocasta por la ventana.

Y en efecto, no había ningún perro…

Preparó sus maletas más irritado que nunca, Yocasta estaba loca, ¿cómo no darse escuchar esos ladridos del demonio? O quizá el perro había desaparecido justo en ese momento y alterado creyó que lo escuchaba, también podía ser otra opción. Nada entendía, ¿quizá él volvía loco?

- ¡Ya te dije que no me acompañarás Yocasta! No quiero exponerte, mi madre tiene una grave enfermedad—, mintió.

- Pero quiero cuidar a mi suegra, amor en tu estado conducir es una mala idea. —replicó su esposa.

- Yocasta ¿qué estado? En verdad no voy a discutir, ella pidió que fuera solo ¿de acuerdo? Te aviso cualquier cosa, tú no te preocupes ¿sí? Anda, ve a escribir ese ensayo, en momento se me pasa la crisis ya me tomé mi medicina —, temblando se acercó amorosamente hacia ella, con una insegura caricia deseo reconfortarla, besó su frente y continuó empacando. Cuando Yocasta se marchó vencida por su terquedad hacia el estudio, él aprovechó para sacar el portafolio con los poemas, lo guardó en la maleta y continuó preparando su viaje.

Seis horas por carretera lo habían dejado más que muerto, a fuera de la casa de su madre, no deseaba encarar su pasado.  Regresar por esa razón resultaba un castigo injusto de Dios a su bondad; ¿por qué después de un año ahora brotaban los problemas? ¿Su madre no controlaba perfectamente aquella situación? ¿Por qué sentía aquel vacío de nuevo a pesar de su vida perfecta? ¿Entonces la desaparición…?

No, él había hecho lo correcto siempre; un hombre honesto, bondadoso, noble que buscaba en la mínima oportunidad realizar obras de caridad y la gente conocía su bondad.

Decidido a dormir se percató con una rápida mirada hacia la esquina, captar una forma negra de un animal.

¡¿NO, ESE PERRO DEL DEMONIO ME SIGUIÓ HASTA AQUÍ?!

Sí, otra vez el animal frente a él, cuando lo miró aquel ladró con rabia. Hades salió del auto, recogió una piedra a un lado de la llanta, dispuesto a matar al demonio que tanto lo atormentó durante el último mes. Mientras se aproximaba el perro negro tomó su postura de ataque exponiendo los colmillos.

- ¡Ah ven por mí mierda! ¡Ya me tienes hasta la madre! — Hades enloquecido retó al animal. Sus gritos fueron tales que provocaron la salida de un vecino a asomarse, él no se había percatado hasta que le llamó.

- ¿Vecino? ¿Hades es usted? Hace tanto tiempo que no lo veía, su madre me comentó sobre su boda… ¿Se encuentra bien, usted fue quien gritó? Lo veo muy alterado…

Con la piedra en el puño a punto de arrojarla, miro hacia la esquina donde había visto al perro, pero de nuevo solo la nada estaba ahí.

-Sí don, no se preocupe, estoy cansado fue un largo viaje de carretera y me pareció ver algo … extraño, como una rata o algo así y no sé si mi madre le comentó que tuvo problemas con una plaga hace un… mes –, titubeó Hades.

- No me comentó nada hijo, pero dile que cualquier cosa, aquí estoy a sus órdenes para ayudarla, ustedes han sido tan generosos con mi familia.

- Sí, gracias don, yo le digo si no le molesta ya entraré a la casa, vengo de un viaje en carretera.

- Sí hijo, buenas noches descanse —, con una sonrisa rápida Hades se despidió, pero por dentro estaba a punto de caer en un estado de locura y gritar alrededor del fraccionamiento.

Una vez dentro de su vieja casa, tuvo la sensación de que los pies se quemaban como si estuviera parado sobre carbón encendido, no soportaba estar ahí, comenzó a rasguñarse la cara como hace unos días, pero ahora hasta el punto de sacarse un poco de sangre arriba de la sien, rodeó su cuello con sus manos como si deseara ahorcarse, el oxígeno poco a poco huía de la habitación, en ese momento su madre apareció con los ojos tan abiertos que en cualquier segundo se expulsarían de las cuencas.

- ¡Hijito lindo ya no pude seguir tus instrucciones, una desgracia acaba de ocurrir! – comentó angustiada.

- ¡A VER MAMÁ YA, POR UNA PUTA VEZ DIME QUÉ CARAJO PASÓ! — la sensación del fuego no se concentraba nada más en los pies, sino ya por todo el cuerpo.

- Ve al sótano a cerciorarte tú mismo, ocurrió ayer… —, suplicó su madre.

Así lo hizo, el lugar que tanto evitó durante el último año se lo comía con cada paso, ahí yacía su obra de caridad más importante, generosidad en su estado más puro, ¿por qué sentía tanta culpa?  Abrió la puerta, lo primero que lo recibió fue el aroma a sangre, orina y desperdicios de comida. El rostro de Perséfone aún irradiaba belleza junto a una profunda tristeza a pesar del manto de muerte encima de ella, de sus venas brotaron ríos de sangre, ahora secos junto a una hoja sucia en la que se leía:

No podía más con estas jaulas, ¿por qué me encerraste en este lugar oscuro? ¿Si el amor había muerto para qué me retenías en tu vida si yo no quería? No ayudes si nadie te lo pide, yo no te lo pedí a pesar de mis problemas, todo el mundo tiene problemas y tú te sientes mesías. Pero eres tan egoísta que lo usaste cómo excusa para vivir a costa mía. Te fuiste con ella pero no te entendías  sin la sombra de mis poemas y amor, necesitabas salvaguardar esta sombra para mantener y construir tu felicidad: encima de ruinas de mi tristeza que tan bien conocen las ratas y cucarachas, mi única compañía. No podías ni querías tenerme, pero tampoco perderme. Me diste el papel de la loca sin poder sobre mis propias facultades para justificarte a ti mismo esta clase de cautiverio como si fuera un perro o un cuervo. ¿Qué tal si tu gente lo supiera, y se te cae la máscara al fin? Se te derrumba tu inframundo de hombre generoso y bondadoso. ¡Tú y tu madre son los verdaderos desquiciados!

Tu ahora muerta Perséfone.”

 

De su pelo brotaban piojos y su piel amarilla llena de costras de mugre tan naturalmente desagradables a la vista. Hades no contuvo el llanto, sin importarle aquella inmundicia abrazó a su obra de caridad más grande su vida.

-No, tú no te atrevas a abandonarme, escuchaste… ¡NO DEBES! Tú eres quien siempre fue egoísta, quisiste alejarte de mí y no lo habría de permitir, tú sola provocaste esto, tú tenías y mi deber fue ayudarte nada más, eres una mala agradecida, te di este lugar para que nunca estuvieras sola, para darte la seguridad de que nunca iba a dejarte, tú malinterpretaste mis intenciones ¿por qué escribiste esta mierda que en nada se compara con tus poemas? Tus muñecas abiertas… carajo ¡esto es lo que evitaba! ¿Ya ves cómo tú eras la de los problemas? — sus lágrimas disparadas como bombas cayeron en la mejilla putrefacta de la chica— ¡NO PUEDES DEJARME ASÍ! ¡MALDITA SEA NO! ¡YO NO MEREZCO ESTO! Mira como correspondes, has arruinado mi vida entera, ya no vas a seguir amándome nunca más…

- Hijito, ya vete a dormir, mañana yo limpió todo, ¿de acuerdo? Mamá se encargará de todo, no tienes que preocuparte. Nadie se va a enterar de esto te lo prometo, mi niño hermoso, eres bueno y generoso nunca lo olvides.

Lloró como un bebé esa noche particularmente limpia de contaminación y llena de estrellas, a la lejanía escuchó el aullido de un perro, del mismo perro negro…

 

  

SemblanzaKrizia Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México, en 1996. Algunos de sus escritos aparecieron en las revistas Reflexiones Alternas , Poetómanos, Prosa Nostra mx, revista enpoli, Teresa MAGAZINE, revista literaria pluma, pretextos literarios,  revista hispanoamericana de literatura, revista literaria monolito, Más literatura, clan Kutral, vertedero cultural, circulo literario de mujeres, perro negro de la calle, el morador del umbral,  La página escrita, La liebre de fuego, y El templo de las mil puertas, entre otras.  Estudió la licenciatura en Ciencias Humanas en el Centro Universitario de Integración Humanística.

 

SemblanzaKrizia Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México, en 1996. Algunos de sus escritos aparecieron en las revistas Reflexiones Alternas , Poetómanos, Prosa Nostra mx, revista enpoli, Teresa MAGAZINE, revista literaria pluma, pretextos literarios,  revista hispanoamericana de literatura, revista literaria monolito, Más literatura, clan Kutral, vertedero cultural, circulo literario de mujeres, perro negro de la calle, el morador del umbral,  La página escrita, La liebre de fuego, y El templo de las mil puertas, entre otras.  Estudió la licenciatura en Ciencias Humanas en el Centro Universitario de Integración Humanística.

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