La claustrofobia del tiempo

 

“[…]pero es verdad que es preferible tener

el espíritu ardiente, aunque se deban

cometer más faltas, que ser mezquino y

demasiado prudente.”

-    Vincent Van Gogh.

 

I

 

Los elevadores, seguros de puertas, baños de autobuses, catacumbas, camas de bronceado, toboganes cerrados y ahora una mente en cuarentena forman parte de la lista de pesadillas cuando una claustrofóbica está despierta.

La ansiedad, gran amiga de la claustrofobia, te provoca hiperventilación con la idea de jamás salir de ese lugar de espacio estrecho, las paredes te muerden y mastican, se alimentan de ti con perversidad. 

El tiempo es parecido a una habitación cerrada donde eres incapaz de estirar tus miembros, atrapado en sus tres límites de pasado, presente y futuro; la mayor parte de los días lo aceptas, pero, cuando gobierna una pandemia más poderosa a comparación de cualquier rey o presidente, no resulta precisamente agradable.

En ocasiones, los únicos espacios que suelo extrañar en esta cuarentena eterna son parques, museos o la posibilidad de visitar una galería de arte, mirar una pintura, escultura o arquitectura y tratar de analizar algunos elementos aprendidos a lo largo de mi carrera de ciencias humanas. Escuchar a una guía para aprender más, hablar con un amigo acerca de estos espacios, sentir el letargo de mis articulaciones acalambras tras ir a MUNAL, templo mayor, museo del virreinato o cualquier otro, aunque salir a aquellos lugares ya corresponde a otra vida.

El valle de México, obra de José María Velasco hecha en 1877. Él es uno de mis pintores favoritos desde niña, a pesar de convertirse en un verdadero martirio como trabajo final en la materia de crítica del arte II durante mi último semestre de la licenciatura. El estrés sembró un espeso jardín en mis nervios, uñas ensangrentadas de tantas veces que me las mordía.

Sí, pertenezco a la generación de los desdichados que se quedaron sin fiesta de graduación.

 

Pero en esos meses, en cierto punto de la investigación del trabajo sobre Velasco, mi maestra me escribió un pergamino electrónico de todos los puntos que debía abarcar, asimismo había una gran parte del avance que debía ser desechada como a la basura por las mañanas, me pareció un castigo a mi karma.

Mi naturaleza visceral ocasionó un intercambio de correos electrónicos en tono pasivo-agresivo con la maestra para entender sus instrucciones y con mi dura confesión de mi gélido gusto por el arte contra mi ferviente pasión por la literatura.  Una frase contundente escrita por la maestra en mi cabeza fue: “si no sabes ver, ¿de qué vas a hablar? Si no sabes observar lo que te rodea, y entrar en los pequeños detalles, ¿cuál es el sentido de escribir? ¿Cómo vas a describir literariamente si no posees la habilidad de ver? La crítica de arte es más escritura.” Un poco molesta me aparté de la tablet sin contestar el último correo, me concentré en otra tarea con el mismo peso de un elefante.

Seguí sin comprender cómo resolvería el trabajo final, nunca me he considerado una persona muy observadora, debía abarcar puntos demasiado extensos, el tiempo no me alcanzaba con las demás materias, no me sentía preparada.

Cuando me calmé pude rescatar ciertos viejos avances de mis documentos en la computadora todavía útiles, la información en internet empezó a fluir parecido a un río oculto en un bosque donde la humanidad no tiene contacto; encontré a María Elena Altamirano, una profesional en el estudio de la obra de Velasco, con sus análisis pude esclarecer mi trabajo final y cubrir los puntos pedidos por la maestra.

Tras la hermosa claridad trazada por Altamirano, estaba enamorada de Velasco de nuevo. A causa de la cuarentena se ha vuelto imposible ir al MUNAL así que busqué la imagen de la pintura con la mejor resolución posible para “despertar mi capacidad de observación y sensibilidad”, factores necesarios para la crítica del arte según recuerdo de mis clases de noveno semestre.  Al recorrer otras pendientes traicioneras en la investigación, ubiqué la clave tonal de la pintura, líneas, formas, perspectiva, composición y símbolos de identidad nacional como los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl o el águila cazando un pájaro rojo representada en el primer plano. Entre más páginas de información procesaba, di con el dato de que Velasco ya había hecho otra pintura sobre el Valle de México dos años antes con diferencias bastantes significativas: aún estaba presente la influencia de su maestro italiano Eugenio Landesio, esto logré percibirlo mejor por los tonos anaranjados muy distintivos de dicho pintor, una pincelada menos precisa con los detalles de las rocas, llanuras o vegetación, característica inherente de Velasco.

En la primera pintura de 1875, falta ver plasmados sus conocimientos de botánica y ciencia, pues él se consideraba incapaz de pintar algo cuya esencia no comprendía y posteriormente a estos estudios él desarrolló su personalidad en el arte.  Altamirano expresaba en el video mesías de mi semestre: la pintura del Valle de México de 1877 es más el estilo de Velasco, es más él.

El pintor paisajista era dos personas completamente diferentes a dos años de distancia.

 Deseaba distinguir cada sentimiento experimentado con la investigación de la pintura de Velasco, cuál era la razón de mi amor por él desde niña; me surgió de repente en medio de divagaciones en la lectura, si bien era el simple hecho de amar sus paisajes también comprendí en ese instante mi gusto por la forma de plasmar el tema, aquello que fue y no volverá a ser, un México de ayer, un México jamás vuelto a ser vivido. Se trataba de la representación de un pasado de mi país lo que me atraía, pero al mismo tiempo descubrí en ese dato un temor: observar mi pasado como a un cuadro de Velasco, examinar mi propia historia entre paisajes con los cuales debía reconciliarme, y en horas de cuarentena no existen muchas opciones. Estas horas nostálgicas te conducen irremediablemente hacia un ejercicio de introspección, hacia lo que eres, fuiste y alguna vez serás.

 

II

 

Los ojos pintan instantes, los recuerdos me parecen paisajes: la mirada preocupada de tu amigo por ti, la carretera tras un viaje, la lluvia en la ventana, los rayos de sol besando un lago.

Cada vez más cerca del final de las clases virtuales de la universidad, los profesores comenzaban a dar calificaciones, hubo uno en particular que me abordó una pregunta interesante: “¿cómo has cambiado a lo largo de estos cinco años de tu carrera?”  Forzada a retroceder en el tiempo y examinarme sin un orden lineal de los eventos le contesté mi edad en el inicio de la licenciatura. Recién finalizada la preparatoria no perdí el tiempo para entrar a la universidad. Poseía una cuadrada visión de los problemas, no sabía que las líneas podían tener otras formas más orgánicas con diferentes direcciones, longitudes, pendientes; brincaba entre extremos de blanco y negro sin una apertura para una gama de grises.

Poco a poco floreció mi consciencia por las causas sociales con mi paso por la escuela, tener una razón para luchar contra las injusticias, claro, la empatía frente al dolor ajeno es fundamental pero cuando tu carne es la que está herida, algo más allá de la sangre brota, algo en ti cambia. El trago amargo que hasta hoy me ha dado la pandemia aconteció en el mes de marzo: asesinaron a una mujer que conocía desde la infancia a quien apreciaba junto a su familia. Fui consciente de mi percepción inocente de los problemas sociales de este país, mi evolución en dicho aspecto fue parecida a la obra del pintor español Goya; decepcionado de su sociedad él cambió sus pinturas dulces llenas de color a las oscuras de temas de destrucción, así me había sentido al inicio de la cuarentena. Aunque hoy intento ser más consciente de mi alrededor una considerable parte del color azul de mi pintura, como un cielo limpio de nubes, se transformó en el negro de las cenizas; el rosa de un lindo vestido paso a ser el rojo de la sangre.

Cuando finalmente pude ver a su hermana menor y a su padre me inundó una especie de consuelo para expresarles mi sentir, no había asistido a ese funeral porque no quería que el dolor se volviera más grande, por eso cuando vi a sus familiares me sentí mejor, por hacerles saber que no me eran indiferentes, y sabíamos que muchas cosas habían cambiado, mi infancia con ellos se sentía lejana y pareciera que nos habían quitado la venda de los ojos frente a un mundo corrompido, yo ya no era la misma ni ellos tampoco.

Justo en julio de 2020 se cumplió un año de mi proceso de luto tras la muerte de mi mejor amigo, tal hecho junto a mi licenciatura concluida donde conocí un poco acerca de la literatura, filosofía, historia y arte de la humanidad y de mi país representaron esa frontera tangible de tiempo para mí; muchas veces estaba dentro de un auto a toda velocidad escapando de la persona que fui detrás de esa frontera; por meses había decidido omitir ciertos lienzos de mi vida a las personas nuevas dentro de ella, nada quería recordar de esas autolesiones o simplemente los recuerdos más oscuros, no sabía perdonarme. Irracionalmente me visualizaba siempre en un juzgado, sin más provoqué el efecto contrario, de alguna manera yo condenaba a esas personas e historias a un futuro de óleos secos, de pinturas inconclusas; aquello me encerró en la pequeña y asfixiante habitación de la depresión sin poder encontrar llaves para salir. En esos días me parecía un eterno claustro con o sin la pandemia, incluso antes de ella.

 

 

 

III

  

Todavía tengo paranoia por que el pasado corra más rápido que yo y me rebase, marchite mi futuro y mueran de sed mis metas, planes, sueños, esperanzas. No sólo implica un proceso de ver mi madurez, me cuesta aún mucho esfuerzo de separar los errores de los aciertos, las lágrimas de las risas, las traiciones ahogando lealtades, o mis pesadillas del dulce descanso. El pasado, si lo escuchas de forma constante puede arruinar planes o deseos, dentro de un minuto es una daga clavada, más de un minuto es la muerte, pero tampoco sé cómo escapar y entonces la sensación de claustrofobia me domina. Sabía que eso ya estaba fuera de control, reflejado en mi comportamiento, contagiando esa sensación de esa claustrofobia o ansiedad a quienes viven junto a mí, presentaba unos particulares problemas de salud, un síntoma en particular se trataba de la amenorrea, tenía que hacer un cambio por mi bien, por nuestro bien. También mis amigos se percataron de eso cuando leían mis escritos, me lo comentaron. La situación empeoró cuando yo misma percibí un tono de autocompasión en mis escritos que caían un poco en la banalidad, sentía que nada aportaban, eran repetitivos, y sí, con algo de falta de inspiración junto a una técnica pobre, debía mejorar.

Aquello tuvo sus detonantes en los primeros días de agosto frente a una avalancha de incertidumbre y preguntas sobre el futuro que venía a mi encuentro sin piedad, sin saber cómo será la vida después de la pandemia, algunos esperan un cambio, otros no, ¿sabré aprovechar mis estudios? ¿Dónde trabajaré? ¿Qué sucederá con mis seres queridos? ¿Qué me espera? ¿Quién me acompañará?

Saltaba a mi mente el cuento Metzengerstein de Edgar Allan Poe a quien he leído durante mi proceso de luto y amigo disponible durante mis solitarias tardes; en dicho cuento el joven protagonista queda envuelto en una disputa entre su familia y otra, enemigos por décadas, autores de una maldición que cae sobre él justo al mirar una pintura tétrica de un caballo que empieza a salir del cuadro, al parecer bajo ella reside el espíritu de un antepasado en busca de venganza.

Poe aborda en sus historias un terror procedente de la mente del ser humano, viles habitantes dentro de nosotros y para ello no hay prados para escapar; concebí al protagonista una víctima de un pasado que no precisamente le pertenecía, lo obligan a arrastrar un rencor que aclara su origen y a la par define su destino. Ello era lo que más me asustaba, la idea de una condena a tu futuro. El cuento era un torbellino en mi interior, pues lo sentí como un reflejo de mis propios procesos a enfrentar.

Entonces una epifanía se presentó: ¡en ello consistía mi temor finalmente identificado con la investigación sobre la obra de 1877 de Velasco!

Quisiera destacar que el terror de Poe es la parte más explotada y popular pero no por esa razón se deberían olvidar otras temáticas de su obra, hay cuentos donde Poe habla sobre paisajes, algunas veces con la crítica social de las catastróficas consecuencias de la intervención de la mano del ser humano encima de algo que él considera perfecto como es la madre naturaleza, temática que no debe de extrañar, pues este autor pertenece a la corriente del Romanticismo del siglo XIX, y una de sus características principales es hablar sobre la grandeza de la naturaleza frente  al ser humano. El alce, El cottage de Landor, El dominio de Arnheim, o el jardín-paisaje y La isla del hada son los títulos que entran en dicha categoría; particularmente el último cuento me conmovió: el clásico narrador sin nombre de Poe (o por lo menos en la mayoría de sus historias presenta este estilo anonimato), explora un bosque perdido y nos describe la forma en que un hada huye de la oscuridad que se traga su luz y muere. Creo que así podría representar todo mi proceso del último año, aunque poco a poco he dejado de temer a la oscuridad confirmo ese cambio en las fotos del último año, pero en su momento me parecía mucho a esa pequeña hada.

Las fotos son una máquina del tiempo y el maquillaje conlleva un ritual como si la piel fuera lienzo, aunque muchas personas lo consideren banal pienso que en parte es un momento para ti misma. Las sombras, el labial, las brochas, etc. Si dudas de tu cambio esto las despeja, observo mis viejos conjuntos de ropa y mi escaso manejo del maquillaje contra la forma en que he evolucionado a lo largo de los últimos años, pero sobre todo veo algo de frescura que antes no estaba. Mis retratos han cambiado y seguirán haciéndolo, últimamente miraba con curiosidad el famoso arte de la piel e intenté ver a mi cuerpo como un lienzo con algunos tatuajes, antes no me atrevía a darle aquellos diseños: un cuervo que representa el poema más reconocido de mi autor favorito, Edgar Allan Poe, que, como dije antes, me regaló consuelo tras la muerte de mi mejor amigo, ahora me identifico mucho con esa ave. Una rosa azul con el significado de la literatura, específicamente el libro Azul de Rubén Darío, un punto y coma que a mis amigos estudiantes de literatura les gusta mucho por ese sentido literario, y sin embargo también sirve para concientizar sobre la salud mental y el suicidio. Hoy significan libertad, identidad, memoria.

 

 

IV

 

Trece años después de la llegada de José María Velasco a este mundo, nacería otro pintor a quien el mundo ama también:  Vincent Van Gogh. A comparación del pintor mexicano, mi cariño por el pintor neerlandés apenas tiene casi tres años luego de salir de una sala de cine conmovida, triste y enamorada con la película Cartas de Van Gogh.

Inmediatamente al empezar la etapa post-licenciatura, mi nueva lectura Vincent & Theo, The Van Gogh brothers escrito por Deborah Heiligman, cuyo trabajo de investigación abarca todas las cartas de la familia Van Gogh, fue el principio de una fiebre por el pintor. A cada vuelta de página encontraba una nueva catarsis mientras de fondo escuchaba la canción Clean de mi cantante favorita, Taylor Swift, se erizaba mi piel al escucharla cantar: When I was drowning that´s when I could finally breathe…

La prosa de la autora embellece incluso los paisajes más sombríos de ambos hermanos, sí, de ambos, porque tal como ella dice: no se puede ignorar a Theo cuando hablamos de Vincent. El mensaje del libro causaba corrientes de agua que limpiaban mis heridas. Deborah plasma el amor que Vincent tenía por la naturaleza, la manera en cómo él expresaba a Theo en sus cartas que si bien todos hemos visto paisajes en su plenitud y encanto no muchos aman su nieve, tormentas o neblinas sobre ellos, no todos son capaces de amar la destrucción. Vincent amaba a la naturaleza en todas sus facetas.

¿Por qué resulta difícil aceptarnos como somos en todas esas facetas? ¿O a los demás? Entender que todas las historias, hasta la nuestra, están llenas de primavera y destrucción, deberíamos perdonarnos a nosotros mismos los errores, el caos, etc. Deberíamos comprendernos como paisajes en su conjunto, en su florecer o en su ruina, así también para saber cómo amar a la gente que nos ama de regreso. Entender de ellos su luz y oscuridad, sus malos momentos como ellos lo hacen con nosotros, claro, me refiero a la gente que siempre está ahí para uno.

La autora cita líneas de las cartas de Vincent a Theo, algunas me cautivaban tanto para leer al mismo tiempo el libro de éstas. En específico, la que lleva por fecha el 3 de abril de 1878 pintaba justamente mis sensaciones de claustrofobia del tiempo. En esta carta Vincent le comenta a Theo, mediante una situación hipotética de una conversación entre dos personas, el miedo a fallar o no conseguir éxito en los sueños, la predisposición a la ruina. Vincent refuta a la frase “somos hoy lo que éramos ayer” argumentando que no se debe ahondar más en ello, todo lo contrario, se debe buscar siempre algo más, si forjamos una mirada más libre y confiada de los eventos no deberíamos retroceder hacia la oscuridad del pasado.

Vincent concluye ante lo que podríamos lograr con la sensación de certidumbre de los hechos, muchas veces condenamos los planes por esa predisposición del dolor por el pasado, caminamos paralizados y condenados por nosotros mismos sin creer en las cosas buenas que nos pasan, la confusión nos dirige a la ruina, a un camino de arena movediza. Si estamos seguros de nuestro camino podemos prepararnos para todo, merecer lo bueno y enfrentar lo malo.

Vincent reconoce que en la vida cometeremos malas acciones, somos humanos, pero debemos perdonarnos a nosotros mismos, ser sinceros con los seres queridos respecto a nuestra historia, y aunque no dejarán de existir inquietudes al menos si enfrentamos nuestros miedos nos liberaremos de los lúgubres recuerdos, ya no estaremos paralizados para el amor, el perdón, los sueños.

El mismo pintor refiere que a veces, al conocer las historias de los grandes hombres de la humanidad reafirmamos la idea de condena de nuestro destino, pero tal vez no debería ser así como lo vemos siempre. Deberíamos tener la capacidad de aprovechar cada uno de los malos momentos para hacer de ello una herramienta, una fortaleza.

La vida de Vincent considerada atormentada y condenada desde su nacimiento por tener el nombre de su hermano nacido muerto, me enseñó que bajo el color negro yacen escondidos los colores lúcidos, encontrar la belleza dentro de un caos, la alegría de la vida no está definida por sus tropiezos; La Noche estrellada la pintó en uno de sus momentos más difíciles, encerrado en el psiquiátrico, esa misma creación representaba lo que él veía desde la propia cárcel de su mente, algo realmente bello.  Y, por otro lado, Theo, quien es un grito recordándonos que el amor verdadero salva, debemos abrazar ese amor, acurrucarnos en su pecho, porque si caminamos libres y seguros de miedos sabremos que siempre lo tendremos aún en contra del tiempo, saber que no siempre deberíamos estar solos es vital.

Algunos temas en la obra de Van Gogh suelen ser la intimidad y la naturaleza, los paisajes.

Según la época de nuestra vida existen necesidades más importantes que otras, pero esas otras consideradas pequeñas… ¿por cuánto tiempo es así? ¿Debería llegar el apocalipsis para tener consciencia de ello? La respuesta después de todo este tiempo parece afirmativa.

Hemos experimentado un terremoto donde nos percatarnos de un enfrentamiento entre esas necesidades y nuestras contradicciones. Por un lado, somos El dormitorio en Arlés y deseamos ser La noche estrellada, correr libres como esas pinceladas azules de los astros, aunque la primera pintura también tiene su lado positivo, es un refugio contra Pandora jugando con su caja en estos meses: la poderosa enfermedad reinante, la violencia en consecuencia, el lujo de un techo del cual otros no gozan.

Este libro motivó e impactó tanto en mi vida, hasta el punto a tratar mi salud física y mental. Afortunadamente, a lo largo de la pandemia emprendí un viaje azaroso por curar esas heridas que no tienen o quieren una voz debido a lo dolorosas que son. Con la ayuda de cada uno de mis seres queridos que me han apoyado para lograrlo. Precisamente, aprendí que aislarme no era el camino correcto, pero sí yo sola no hubiera tomado la decisión de superar mi depresión no habrían podido hacer mucho por mí, aunque lo desearán. No podemos hacerlo todo solos y paradójicamente la salida a esa habitación está en nuestro interior. El proceso es lento y requiere paciencia, cosa que no tengo, pero al menos he salido de la mayoría de mis jaulas mentales. Por suerte, ahora he aprendido a manejarlo, aunque todavía lucho contra esa sensación.

Me recomendaron un endocrinólogo fuera de lo común, humanista, intuitivo, empático. Esa clase de médico que no descarta la relación entre las emociones y el cuerpo, con la idea de cómo la enfermedad sólo es un síntoma de un pasado sin curar. Sinceramente, no he tenido buenas experiencias con psicólogos, creo que no son para mí, por eso aún me sorprende que dos intentos de terapia en tres años nunca dieron al clavo de mis cuadros más oscuros y al endocrinólogo le bastaron meses para leerme y llegar hasta al fondo. Entonces, en mi mente volví a pintar paisajes de cielos limpios cuando vi claramente que mi abuela no me dejaba sola en mis crisis de ansiedad; mi tío filosofo con sus pláticas existenciales; mi endocrinólogo quien me dijo que yo merecía una segunda oportunidad. Todos ellos han estado ahí a mi lado en este viaje de introspección.

La primera vez que me sentí libre de esa claustrofobia de tiempo fue el 29 de septiembre de 2020, mi cumpleaños número veinticuatro, cuando vi paisajes y retratos de las personas que en verdad me quieren. Mi mamá me dio uno de los mejores regalos: pidió a algunos de mis amigos hacer un video felicitándome, totalmente de sorpresa, sensación que ya no había experimentado desde hace mucho tiempo, al menos eso recuerdo. Por primera vez no me atormentaba con esas pinturas oscuras de mi pasado, a pesar de estar en cuarentena, tuve un buen cumpleaños. Igualmente, todavía me sorprende ver con claridad todo ese cariño, la estabilidad que tengo poco a poco con mis amistades y conmigo, la forma en la cual la necesidad de escapar se disipa con el paso del tiempo. Finalmente volví a ver esa clase de amor como aquel que Heiligman retrataba de los hermanos Van Gogh, hecho exclusivamente para mí.

 

V

 

Nuestras memorias se encuentran dentro de una galería; al paso de los días de pandemia he pensado una forma de resolver los conflictos con el pasado, quizá el trabajo final de crítica del arte me dio una alternativa: para sanar tu pasado, hace falta enfrentar el lienzo del impío recuerdo, identificas sus elementos formales, te familiarizas con sus contrastes de color y textura, calculas las medidas para sacar la zona áurea, identificas si sus líneas son orgánicas o geométricas. Con el análisis iconográfico pasas a escribir una crítica objetiva del cuadro, sin darte cuenta ya no le temes mientras continúas desprendiéndote, percibes toda su composición sin perturbarte porque la clave es tu comprensión de esa pintura, de ese recuerdo.

Por otro lado, no estaba tan mal el desecho de alguna parte de mi investigación en el trabajo, porque tal acto también sirve para el análisis de ese pasaje de tu propia historia, rescatas la información útil y lo demás debe eliminarse. Entonces, poco a poco creció la seguridad en mí misma, dejé de tomar importancia a la opinión de los demás, dejé por fin de lamentarme de mis situaciones.

He comprendido que el pasado no debe negarse, forma parte de tu galería, es importante resistirse a la condena de esa pintura que puede atraparte en la pequeña habitación de un mal tiempo. Inconsciente, un efecto dominó arruina la historia más valiosa junto a las personas más amadas, lo cual te incluye a ti mismo, sin creerte merecedor de amor y perdón. Si no quitas esa información caduca terminará por tragarse tu presente, un presente y futuros adheridos a la masa del pasado que te atormenta, y la herida jamás cicatrizará. Los malos recuerdos de tu pasado no deberían ser tus cadenas, si aprendes a estudiarlos, comprenderlos y aceptarlos como a una pintura tan sólo pasaras de largo por tu propia galería al ver ese recuerdo, con una visión más crítica de tu parte, simplemente estará ahí con la información necesaria para convertirlo en un prado y no en una estrecha habitación ladrona de tu respiración. Un único cuadro no define el resto de tu galería, ni tus futuras creaciones e historias, el viejo tú a dos años de distancia con sus graves faltas no tiene por qué condenarte a ti que anhelas probar otro estilo, otra pincelada, otra historia, otra oportunidad.

 

Semblanza: Krizia Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México, en 1996. Algunos de sus escritos aparecieron en las revistas Reflexiones Alternas , Poetómanos, Prosa Nostra mx, revista enpoli, Teresa MAGAZINE, revista literaria pluma, revista hispanoamericana de literatura, revista literaria monolito, Más literatura, clan Kutral, vertedero cultural, circulo literario de mujeres, perro negro de la calle, el morador del umbral,  La página escrita, La liebre de fuego, y El templo de las mil puertas, entre otras.  Estudió la licenciatura en Ciencias Humanas en el Centro Universitario de Integración Humanística.

 


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