La
claustrofobia del tiempo
“[…]pero
es verdad que es preferible tener
el
espíritu ardiente, aunque se deban
cometer
más faltas, que ser mezquino y
demasiado
prudente.”
-
Vincent
Van Gogh.
I
Los elevadores, seguros de puertas,
baños de autobuses, catacumbas, camas de bronceado, toboganes cerrados y ahora
una mente en cuarentena forman parte de la lista de pesadillas cuando una
claustrofóbica está despierta.
La
ansiedad, gran amiga de la claustrofobia, te provoca hiperventilación con la
idea de jamás salir de ese lugar de espacio estrecho, las paredes te muerden y
mastican, se alimentan de ti con perversidad.
El tiempo
es parecido a una habitación cerrada donde eres incapaz de estirar tus miembros,
atrapado en sus tres límites de pasado, presente y futuro; la mayor parte de
los días lo aceptas, pero, cuando gobierna una pandemia más poderosa a
comparación de cualquier rey o presidente, no resulta precisamente agradable.
En
ocasiones, los únicos espacios que suelo extrañar en esta cuarentena eterna son
parques, museos o la posibilidad de visitar una galería de arte, mirar una
pintura, escultura o arquitectura y tratar de analizar algunos elementos
aprendidos a lo largo de mi carrera de ciencias humanas. Escuchar a una guía
para aprender más, hablar con un amigo acerca de estos espacios, sentir el
letargo de mis articulaciones acalambras tras ir a MUNAL, templo mayor, museo
del virreinato o cualquier otro, aunque salir a aquellos lugares ya corresponde
a otra vida.
El valle
de México, obra
de José María Velasco hecha en 1877. Él es uno de mis pintores favoritos desde
niña, a pesar de convertirse en un verdadero martirio como trabajo final en la
materia de crítica del arte II durante mi último semestre de la licenciatura. El
estrés sembró un espeso jardín en mis nervios, uñas ensangrentadas de tantas
veces que me las mordía.
Sí, pertenezco
a la generación de los desdichados que se quedaron sin fiesta de graduación.
Pero en
esos meses, en cierto punto de la investigación del trabajo sobre Velasco, mi
maestra me escribió un pergamino electrónico de todos los puntos que debía
abarcar, asimismo había una gran parte del avance que debía ser desechada como
a la basura por las mañanas, me pareció un castigo a mi karma.
Mi
naturaleza visceral ocasionó un intercambio de correos electrónicos en tono
pasivo-agresivo con la maestra para entender sus instrucciones y con mi dura
confesión de mi gélido gusto por el arte contra mi ferviente pasión por la
literatura. Una frase contundente
escrita por la maestra en mi cabeza fue: “si no sabes ver, ¿de qué vas a hablar? Si no sabes
observar lo que te rodea, y entrar en los pequeños detalles, ¿cuál es el
sentido de escribir? ¿Cómo vas a describir literariamente si no posees la
habilidad de ver? La crítica de arte es más escritura.” Un poco molesta me
aparté de la tablet sin contestar el último correo, me concentré en otra
tarea con el mismo peso de un elefante.
Seguí
sin comprender cómo resolvería el trabajo final, nunca me he considerado una
persona muy observadora, debía abarcar puntos demasiado extensos, el tiempo no
me alcanzaba con las demás materias, no me sentía preparada.
Cuando me calmé
pude rescatar ciertos viejos avances de mis documentos en la computadora
todavía útiles, la información en internet empezó a fluir parecido a un río
oculto en un bosque donde la humanidad no tiene contacto; encontré a María
Elena Altamirano, una profesional en el estudio de la obra de Velasco, con sus
análisis pude esclarecer mi trabajo final y cubrir los puntos pedidos por la
maestra.
Tras la
hermosa claridad trazada por Altamirano, estaba enamorada de Velasco de nuevo.
A causa de la cuarentena se ha vuelto imposible ir al MUNAL así que busqué la
imagen de la pintura con la mejor resolución posible para “despertar mi
capacidad de observación y sensibilidad”, factores necesarios para la crítica
del arte según recuerdo de mis clases de noveno semestre. Al recorrer otras pendientes traicioneras en
la investigación, ubiqué la clave tonal de la pintura, líneas, formas,
perspectiva, composición y símbolos de identidad nacional como los volcanes
Popocatépetl e Iztaccíhuatl o el águila cazando un pájaro rojo representada en
el primer plano. Entre más páginas de información procesaba, di con el dato de
que Velasco ya había hecho otra pintura sobre el Valle de México dos años antes
con diferencias bastantes significativas: aún estaba presente la influencia de
su maestro italiano Eugenio Landesio, esto logré percibirlo mejor por los tonos
anaranjados muy distintivos de dicho pintor, una pincelada menos precisa con
los detalles de las rocas, llanuras o vegetación, característica inherente de
Velasco.
En la
primera pintura de 1875, falta ver plasmados sus conocimientos de botánica y
ciencia, pues él se consideraba incapaz de pintar algo cuya esencia no
comprendía y posteriormente a estos estudios él desarrolló su personalidad en
el arte. Altamirano expresaba en el
video mesías de mi semestre: la pintura del Valle de México de 1877 es
más el estilo de Velasco, es más él.
El pintor
paisajista era dos personas completamente diferentes a dos años de distancia.
Deseaba distinguir cada sentimiento
experimentado con la investigación de la pintura de Velasco, cuál era la razón
de mi amor por él desde niña; me surgió de repente en medio de divagaciones en
la lectura, si bien era el simple hecho de amar sus paisajes también comprendí
en ese instante mi gusto por la forma de plasmar el tema, aquello que fue y no
volverá a ser, un México de ayer, un México jamás vuelto a ser vivido. Se
trataba de la representación de un pasado de mi país lo que me atraía, pero al
mismo tiempo descubrí en ese dato un temor: observar mi pasado como a un cuadro
de Velasco, examinar mi propia historia entre paisajes con los cuales debía
reconciliarme, y en horas de cuarentena no existen muchas opciones. Estas horas
nostálgicas te conducen irremediablemente hacia un ejercicio de introspección,
hacia lo que eres, fuiste y alguna vez serás.
II
Los ojos
pintan instantes, los recuerdos me parecen paisajes: la mirada preocupada de tu
amigo por ti, la carretera tras un viaje, la lluvia en la ventana, los rayos de
sol besando un lago.
Cada vez
más cerca del final de las clases virtuales de la universidad, los profesores
comenzaban a dar calificaciones, hubo uno en particular que me abordó una
pregunta interesante: “¿cómo has cambiado a lo largo de estos cinco años de tu
carrera?” Forzada a retroceder en el
tiempo y examinarme sin un orden lineal de los eventos le contesté mi edad en
el inicio de la licenciatura. Recién finalizada la preparatoria no perdí el
tiempo para entrar a la universidad. Poseía una cuadrada visión de los
problemas, no sabía que las líneas podían tener otras formas más orgánicas con
diferentes direcciones, longitudes, pendientes; brincaba entre extremos de
blanco y negro sin una apertura para una gama de grises.
Poco a
poco floreció mi consciencia por las causas sociales con mi paso por la
escuela, tener una razón para luchar contra las injusticias, claro, la empatía
frente al dolor ajeno es fundamental pero cuando tu carne es la que está
herida, algo más allá de la sangre brota, algo en ti cambia. El trago amargo
que hasta hoy me ha dado la pandemia aconteció en el mes de marzo: asesinaron a
una mujer que conocía desde la infancia a quien apreciaba junto a su familia.
Fui consciente de mi percepción inocente de los problemas sociales de este
país, mi evolución en dicho aspecto fue parecida a la obra del pintor español
Goya; decepcionado de su sociedad él cambió sus pinturas dulces llenas de color
a las oscuras de temas de destrucción, así me había sentido al inicio de la
cuarentena. Aunque hoy intento ser más consciente de mi alrededor una
considerable parte del color azul de mi pintura, como un cielo limpio de nubes,
se transformó en el negro de las cenizas; el rosa de un lindo vestido paso a
ser el rojo de la sangre.
Cuando
finalmente pude ver a su hermana menor y a su padre me inundó una especie de
consuelo para expresarles mi sentir, no había asistido a ese funeral porque no
quería que el dolor se volviera más grande, por eso cuando vi a sus familiares me
sentí mejor, por hacerles saber que no me eran indiferentes, y sabíamos que
muchas cosas habían cambiado, mi infancia con ellos se sentía lejana y
pareciera que nos habían quitado la venda de los ojos frente a un mundo
corrompido, yo ya no era la misma ni ellos tampoco.
Justo en
julio de 2020 se cumplió un año de mi proceso de luto tras la muerte de mi
mejor amigo, tal hecho junto a mi licenciatura concluida donde conocí un poco
acerca de la literatura, filosofía, historia y arte de la humanidad y de mi
país representaron esa frontera tangible de tiempo para mí; muchas veces estaba
dentro de un auto a toda velocidad escapando de la persona que fui detrás de
esa frontera; por meses había decidido omitir ciertos lienzos de mi vida a las
personas nuevas dentro de ella, nada quería recordar de esas autolesiones o
simplemente los recuerdos más oscuros, no sabía perdonarme. Irracionalmente me
visualizaba siempre en un juzgado, sin más provoqué el efecto contrario, de
alguna manera yo condenaba a esas personas e historias a un futuro de óleos
secos, de pinturas inconclusas; aquello me encerró en la pequeña y asfixiante
habitación de la depresión sin poder encontrar llaves para salir. En esos días
me parecía un eterno claustro con o sin la pandemia, incluso antes de ella.
III
Todavía
tengo paranoia por que el pasado corra más rápido que yo y me rebase, marchite
mi futuro y mueran de sed mis metas, planes, sueños, esperanzas. No sólo
implica un proceso de ver mi madurez, me cuesta aún mucho esfuerzo de separar
los errores de los aciertos, las lágrimas de las risas, las traiciones ahogando
lealtades, o mis pesadillas del dulce descanso. El pasado, si lo escuchas de
forma constante puede arruinar planes o deseos, dentro de un minuto es una daga
clavada, más de un minuto es la muerte, pero tampoco sé cómo escapar y entonces
la sensación de claustrofobia me domina. Sabía que eso ya estaba fuera de
control, reflejado en mi comportamiento, contagiando esa sensación de esa
claustrofobia o ansiedad a quienes viven junto a mí, presentaba unos
particulares problemas de salud, un síntoma en particular se trataba de la
amenorrea, tenía que hacer un cambio por mi bien, por nuestro bien. También mis
amigos se percataron de eso cuando leían mis escritos, me lo comentaron. La
situación empeoró cuando yo misma percibí un tono de autocompasión en mis
escritos que caían un poco en la banalidad, sentía que nada aportaban, eran
repetitivos, y sí, con algo de falta de inspiración junto a una técnica pobre,
debía mejorar.
Aquello
tuvo sus detonantes en los primeros días de agosto frente a una avalancha de
incertidumbre y preguntas sobre el futuro que venía a mi encuentro sin piedad,
sin saber cómo será la vida después de la pandemia, algunos esperan un cambio,
otros no, ¿sabré aprovechar mis estudios? ¿Dónde trabajaré? ¿Qué sucederá con
mis seres queridos? ¿Qué me espera? ¿Quién me acompañará?
Saltaba a
mi mente el cuento Metzengerstein de Edgar Allan Poe a quien he leído
durante mi proceso de luto y amigo disponible durante mis solitarias tardes; en
dicho cuento el joven protagonista queda envuelto en una disputa entre su
familia y otra, enemigos por décadas, autores de una maldición que cae sobre él
justo al mirar una pintura tétrica de un caballo que empieza a salir del
cuadro, al parecer bajo ella reside el espíritu de un antepasado en busca de
venganza.
Poe aborda
en sus historias un terror procedente de la mente del ser humano, viles
habitantes dentro de nosotros y para ello no hay prados para escapar; concebí al
protagonista una víctima de un pasado que no precisamente le pertenecía, lo
obligan a arrastrar un rencor que aclara su origen y a la par define su
destino. Ello era lo que más me asustaba, la idea de una condena a tu futuro. El
cuento era un torbellino en mi interior, pues lo sentí como un reflejo de mis
propios procesos a enfrentar.
Entonces
una epifanía se presentó: ¡en ello consistía mi temor finalmente identificado
con la investigación sobre la obra de 1877 de Velasco!
Quisiera
destacar que el terror de Poe es la parte más explotada y popular pero no por esa
razón se deberían olvidar otras temáticas de su obra, hay cuentos donde Poe
habla sobre paisajes, algunas veces con la crítica social de las catastróficas
consecuencias de la intervención de la mano del ser humano encima de algo que
él considera perfecto como es la madre naturaleza, temática que no debe de
extrañar, pues este autor pertenece a la corriente del Romanticismo del siglo
XIX, y una de sus características principales es hablar sobre la grandeza de la
naturaleza frente al ser humano. El
alce, El cottage de Landor, El dominio de Arnheim, o el jardín-paisaje y La
isla del hada son los títulos que entran en dicha categoría;
particularmente el último cuento me conmovió: el clásico narrador sin nombre de
Poe (o por lo menos en la mayoría de sus historias presenta este estilo anonimato),
explora un bosque perdido y nos describe la forma en que un hada huye de la
oscuridad que se traga su luz y muere. Creo que así podría representar todo mi
proceso del último año, aunque poco a poco he dejado de temer a la oscuridad
confirmo ese cambio en las fotos del último año, pero en su momento me parecía
mucho a esa pequeña hada.
Las fotos
son una máquina del tiempo y el maquillaje conlleva un ritual como si la piel
fuera lienzo, aunque muchas personas lo consideren banal pienso que en parte es
un momento para ti misma. Las sombras, el labial, las brochas, etc. Si dudas de
tu cambio esto las despeja, observo mis viejos conjuntos de ropa y mi escaso
manejo del maquillaje contra la forma en que he evolucionado a lo largo de los
últimos años, pero sobre todo veo algo de frescura que antes no estaba. Mis
retratos han cambiado y seguirán haciéndolo, últimamente miraba con curiosidad
el famoso arte de la piel e intenté ver a mi cuerpo como un lienzo con algunos
tatuajes, antes no me atrevía a darle aquellos diseños: un cuervo que
representa el poema más reconocido de mi autor favorito, Edgar Allan Poe, que, como
dije antes, me regaló consuelo tras la muerte de mi mejor amigo, ahora me
identifico mucho con esa ave. Una rosa azul con el significado de la
literatura, específicamente el libro Azul de Rubén Darío, un punto y
coma que a mis amigos estudiantes de literatura les gusta mucho por ese sentido
literario, y sin embargo también sirve para concientizar sobre la salud mental
y el suicidio. Hoy significan libertad, identidad, memoria.
IV
Trece años
después de la llegada de José María Velasco a este mundo, nacería otro pintor a
quien el mundo ama también: Vincent Van
Gogh. A comparación del pintor mexicano, mi cariño por el pintor neerlandés
apenas tiene casi tres años luego de salir de una sala de cine conmovida,
triste y enamorada con la película Cartas de Van Gogh.
Inmediatamente
al empezar la etapa post-licenciatura, mi nueva lectura Vincent & Theo,
The Van Gogh brothers escrito por Deborah Heiligman, cuyo trabajo de
investigación abarca todas las cartas de la familia Van Gogh, fue el principio
de una fiebre por el pintor. A cada vuelta de página encontraba una nueva
catarsis mientras de fondo escuchaba la canción Clean de mi cantante
favorita, Taylor Swift, se erizaba mi piel al escucharla cantar: When I was
drowning that´s when I could finally breathe…
La prosa
de la autora embellece incluso los paisajes más sombríos de ambos hermanos, sí,
de ambos, porque tal como ella dice: no se puede ignorar a Theo cuando hablamos
de Vincent. El mensaje del libro causaba corrientes de agua que limpiaban mis
heridas. Deborah plasma el amor que Vincent tenía por la naturaleza, la manera
en cómo él expresaba a Theo en sus cartas que si bien todos hemos visto
paisajes en su plenitud y encanto no muchos aman su nieve, tormentas o neblinas
sobre ellos, no todos son capaces de amar la destrucción. Vincent amaba a la
naturaleza en todas sus facetas.
¿Por qué
resulta difícil aceptarnos como somos en todas esas facetas? ¿O a los demás?
Entender que todas las historias, hasta la nuestra, están llenas de primavera y
destrucción, deberíamos perdonarnos a nosotros mismos los errores, el caos,
etc. Deberíamos comprendernos como paisajes en su conjunto, en su florecer o en
su ruina, así también para saber cómo amar a la gente que nos ama de regreso.
Entender de ellos su luz y oscuridad, sus malos momentos como ellos lo hacen
con nosotros, claro, me refiero a la gente que siempre está ahí para uno.
La autora
cita líneas de las cartas de Vincent a Theo, algunas me cautivaban tanto para
leer al mismo tiempo el libro de éstas. En específico, la que lleva por fecha
el 3 de abril de 1878 pintaba justamente mis sensaciones de claustrofobia del
tiempo. En esta carta Vincent le comenta a Theo, mediante una situación
hipotética de una conversación entre dos personas, el miedo a fallar o no
conseguir éxito en los sueños, la predisposición a la ruina. Vincent refuta a la
frase “somos hoy lo que éramos ayer” argumentando que no se debe ahondar más en
ello, todo lo contrario, se debe buscar siempre algo más, si forjamos una
mirada más libre y confiada de los eventos no deberíamos retroceder hacia la
oscuridad del pasado.
Vincent
concluye ante lo que podríamos lograr con la sensación de certidumbre de los
hechos, muchas veces condenamos los planes por esa predisposición del dolor por
el pasado, caminamos paralizados y condenados por nosotros mismos sin creer en
las cosas buenas que nos pasan, la confusión nos dirige a la ruina, a un camino
de arena movediza. Si estamos seguros de nuestro camino podemos prepararnos
para todo, merecer lo bueno y enfrentar lo malo.
Vincent reconoce
que en la vida cometeremos malas acciones, somos humanos, pero debemos
perdonarnos a nosotros mismos, ser sinceros con los seres queridos respecto a
nuestra historia, y aunque no dejarán de existir inquietudes al menos si
enfrentamos nuestros miedos nos liberaremos de los lúgubres recuerdos, ya no
estaremos paralizados para el amor, el perdón, los sueños.
El mismo
pintor refiere que a veces, al conocer las historias de los grandes hombres de
la humanidad reafirmamos la idea de condena de nuestro destino, pero tal vez no
debería ser así como lo vemos siempre. Deberíamos tener la capacidad de
aprovechar cada uno de los malos momentos para hacer de ello una herramienta,
una fortaleza.
La vida de
Vincent considerada atormentada y condenada desde su nacimiento por tener el
nombre de su hermano nacido muerto, me enseñó que bajo el color negro yacen
escondidos los colores lúcidos, encontrar la belleza dentro de un caos, la
alegría de la vida no está definida por sus tropiezos; La Noche estrellada la
pintó en uno de sus momentos más difíciles, encerrado en el psiquiátrico, esa
misma creación representaba lo que él veía desde la propia cárcel de su mente,
algo realmente bello. Y, por otro lado, Theo,
quien es un grito recordándonos que el amor verdadero salva, debemos abrazar
ese amor, acurrucarnos en su pecho, porque si caminamos libres y seguros de
miedos sabremos que siempre lo tendremos aún en contra del tiempo, saber que no
siempre deberíamos estar solos es vital.
Algunos
temas en la obra de Van Gogh suelen ser la intimidad y la naturaleza, los
paisajes.
Según la
época de nuestra vida existen necesidades más importantes que otras, pero esas
otras consideradas pequeñas… ¿por cuánto tiempo es así? ¿Debería llegar el
apocalipsis para tener consciencia de ello? La respuesta después de todo este
tiempo parece afirmativa.
Hemos
experimentado un terremoto donde nos percatarnos de un enfrentamiento entre
esas necesidades y nuestras contradicciones. Por un lado, somos El
dormitorio en Arlés y deseamos ser La noche estrellada, correr
libres como esas pinceladas azules de los astros, aunque la primera pintura
también tiene su lado positivo, es un refugio contra Pandora jugando con su
caja en estos meses: la poderosa enfermedad reinante, la violencia en
consecuencia, el lujo de un techo del cual otros no gozan.
Este libro
motivó e impactó tanto en mi vida, hasta el punto a tratar mi salud física y
mental. Afortunadamente, a lo largo de la pandemia emprendí un viaje azaroso
por curar esas heridas que no tienen o quieren una voz debido a lo dolorosas
que son. Con la ayuda de cada uno de mis seres queridos que me han apoyado para
lograrlo. Precisamente, aprendí que aislarme no era el camino correcto, pero sí
yo sola no hubiera tomado la decisión de superar mi depresión no habrían podido
hacer mucho por mí, aunque lo desearán. No podemos hacerlo todo solos y
paradójicamente la salida a esa habitación está en nuestro interior. El proceso
es lento y requiere paciencia, cosa que no tengo, pero al menos he salido de la
mayoría de mis jaulas mentales. Por suerte, ahora he aprendido a manejarlo,
aunque todavía lucho contra esa sensación.
Me
recomendaron un endocrinólogo fuera de lo común, humanista, intuitivo, empático.
Esa clase de médico que no descarta la relación entre las emociones y el
cuerpo, con la idea de cómo la enfermedad sólo es un síntoma de un pasado sin curar.
Sinceramente, no he tenido buenas experiencias con psicólogos, creo que no son
para mí, por eso aún me sorprende que dos intentos de terapia en tres años
nunca dieron al clavo de mis cuadros más oscuros y al endocrinólogo le bastaron
meses para leerme y llegar hasta al fondo. Entonces, en mi mente volví a pintar
paisajes de cielos limpios cuando vi claramente que mi abuela no me dejaba sola
en mis crisis de ansiedad; mi tío filosofo con sus pláticas existenciales; mi endocrinólogo
quien me dijo que yo merecía una segunda oportunidad. Todos ellos han estado
ahí a mi lado en este viaje de introspección.
La primera
vez que me sentí libre de esa claustrofobia de tiempo fue el 29 de septiembre
de 2020, mi cumpleaños número veinticuatro, cuando vi paisajes y retratos de
las personas que en verdad me quieren. Mi mamá me dio uno de los mejores
regalos: pidió a algunos de mis amigos hacer un video felicitándome, totalmente
de sorpresa, sensación que ya no había experimentado desde hace mucho tiempo,
al menos eso recuerdo. Por primera vez no me atormentaba con esas pinturas
oscuras de mi pasado, a pesar de estar en cuarentena, tuve un buen cumpleaños.
Igualmente, todavía me sorprende ver con claridad todo ese cariño, la
estabilidad que tengo poco a poco con mis amistades y conmigo, la forma en la
cual la necesidad de escapar se disipa con el paso del tiempo. Finalmente volví
a ver esa clase de amor como aquel que Heiligman retrataba de los hermanos Van
Gogh, hecho exclusivamente para mí.
V
Nuestras memorias
se encuentran dentro de una galería; al paso de los días de pandemia he pensado
una forma de resolver los conflictos con el pasado, quizá el trabajo final de
crítica del arte me dio una alternativa: para sanar tu pasado, hace falta
enfrentar el lienzo del impío recuerdo, identificas sus elementos formales, te
familiarizas con sus contrastes de color y textura, calculas las medidas para
sacar la zona áurea, identificas si sus líneas son orgánicas o geométricas. Con
el análisis iconográfico pasas a escribir una crítica objetiva del cuadro, sin
darte cuenta ya no le temes mientras continúas desprendiéndote, percibes toda
su composición sin perturbarte porque la clave es tu comprensión de esa
pintura, de ese recuerdo.
Por otro
lado, no estaba tan mal el desecho de alguna parte de mi investigación en el
trabajo, porque tal acto también sirve para el análisis de ese pasaje de tu
propia historia, rescatas la información útil y lo demás debe eliminarse.
Entonces, poco a poco creció la seguridad en mí misma, dejé de tomar
importancia a la opinión de los demás, dejé por fin de lamentarme de mis situaciones.
He
comprendido que el pasado no debe negarse, forma parte de tu galería, es
importante resistirse a la condena de esa pintura que puede atraparte en la
pequeña habitación de un mal tiempo. Inconsciente, un efecto dominó arruina la
historia más valiosa junto a las personas más amadas, lo cual te incluye a ti
mismo, sin creerte merecedor de amor y perdón. Si no quitas esa información
caduca terminará por tragarse tu presente, un presente y futuros adheridos a la
masa del pasado que te atormenta, y la herida jamás cicatrizará. Los malos recuerdos
de tu pasado no deberían ser tus cadenas, si aprendes a estudiarlos,
comprenderlos y aceptarlos como a una pintura tan sólo pasaras de largo por tu
propia galería al ver ese recuerdo, con una visión más crítica de tu parte,
simplemente estará ahí con la información necesaria para convertirlo en un
prado y no en una estrecha habitación ladrona de tu respiración. Un único
cuadro no define el resto de tu galería, ni tus futuras creaciones e historias,
el viejo tú a dos años de distancia con sus graves faltas no tiene por qué
condenarte a ti que anhelas probar otro estilo, otra pincelada, otra historia,
otra oportunidad.
Semblanza: Krizia
Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México,
en 1996. Algunos de sus escritos aparecieron en las revistas Reflexiones
Alternas , Poetómanos, Prosa
Nostra mx, revista enpoli, Teresa
MAGAZINE, revista literaria pluma, revista hispanoamericana de literatura,
revista literaria monolito, Más literatura, clan Kutral, vertedero cultural,
circulo literario de mujeres, perro negro de la calle, el morador del
umbral, La página escrita, La liebre de
fuego, y El templo de las mil puertas, entre
otras. Estudió la licenciatura en
Ciencias Humanas en el Centro Universitario de
Integración Humanística.
ESTE ESCRITO ESTÁ PROTEGIDO EN DERECHOS DE AUTOR
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