El ancla
En los esquemas de su filosofía del absurdo un mes duraba quince
días.
Al menos fue la
conclusión más lógica a la que ella había llegado cuando vio un mensaje de él
antes del plazo que justo ese hombre le pidió para, según sus palabras, “calmar
su culpa”; tras haber engañado a su novia ocho años menor que él con ella, su
amiga desde secundaria.
Incluso, dentro de esos
quince días ella se preparó para cualquier posible golpe, quizá una promesa
rota, pues él juraba que no se iría de su vida. No se podía confiar
completamente, lo aprendió a la mala. La famosa terapia de choque.
Tal vez fue el amor resistiéndose
a mitad de un campo de cenizas, simple vulnerabilidad o estupidez; pero aceptó
verle para “arreglar las cosas”. Después de todo, era su amigo ¿cierto?
Una tarde con el café
frío, casi vacío, los sentimientos con imágenes de lirios, reflorecían. No
olvidó su altura, sus ojos café claro que siempre parecieron color miel al sol,
y tampoco su tono compasivo al hablar, al moverse. La platica se tornó amena, con algunos
comentarios banales acerca De profundis de
Oscar Wilde; lectura que a ella le hablaba mucho de su situación quedando
reflejada y encantada.
Nunca entendió los
remordimientos de su amigo cuando a lo largo de todo el año con esa escuincla habían estado juntos, ¿por
qué de repente tenía culpa? ¿Por qué ella no la sentía? Lo sabía, pagaba por
los pecados de ambos.
No se preocupen gente el karma llegó a mí pronto y bonito.
Y si él sentía tanta
culpa por replicar los patrones de su padre, ¿por qué la buscaba otra vez?
¿Para qué la quería? ¿La manejaría como Albert a Oscar?
Algo que notó es que de
pronto él se abría a expresar su tristeza, su cansancio y preocupaciones, cosas
que eran difícil de sacarle, ¿por qué ahora sí lo hacía? ¿Qué pretendía?
-
Te quiero invitar por dos semanas a mi casa en la playa, nos
podemos ir el fin de semana juntos si quieres - propuso súbitamente su amigo.
-
¿A la playa- bosque?- pregunto ella con tono burlón.
La verdad es que no
entendía (tanto a la situación frente a ella como a las pasiones humanas) a
aquella extraña combinación de ecosistemas, una playa llena de pinos y
acantilados, una playa-bosque.
Él profirió una fuerte
carcajada.
-Sí justo esa.
Ella nunca quiso
preguntar, en ninguno de sus encuentros, por la niña de veinte años, suprimía
por segundos su existencia, aunque el momento nunca le perteneciera. Así que
esta ocasión, no fue la excepción.
Aceptó.
Se reprendió a sí misma
por cobarde.
Cobarde por no
preguntar, por negarse.
Al siguiente fin de
semana acordaron verse fuera del departamento de su amigo, para irse juntos. Tal vez la dejó, quiso convencerse, pero
en el fondo había una pieza que faltaba en el rompecabezas. El viaje por carretera
duró aproximadamente cuatro horas.
Por fin el aire húmedo y
salado se coló por la ventanilla del coche, él la miró con esa expresión dulce,
con la que siempre caía, parecía nunca salir de esos ojos traición o maldad;
sólo un profundo y desviado miedo a la soledad. Eso es lo que siempre ella percibía.
De repente había
tristeza, nervios, algo de desdén en ellos. Él siempre moviéndose así. Extraño,
indescifrable, noble, poco cruel y taciturno.
Cuando llegaron a la
entrada de la casa, la volteó hacia él y la besó; ella no supo resistirse se
dejó mecer por sus labios partidos. Y en ese mismo momento sintió un dolor
desgarrador en el centro de la boca del estómago, sintió que moría, pero no fue
así…
Él le clavó una daga justo
entre las costillas. Los ojos se convirtieron en los de un lobo, pero lo más
macabro fue que no perdieron su dulzura.
Lo miró y pidió piedad
sin pronunciar palabras, él sólo susurró Todo
estará bien, aquí estoy.
No murió pero el alma
se le desvaneció al mirar a la escuincla del
otro lado de la puerta.
Pero la niña no la miró
a ella.
Era invisible. Una
brisa gélida, eso y nada más.
Miro la daga y luego a
él, que se llevó el dedo índice a la boca en señal de silencio.
En la noche cuando la
niña estaba dormida, él por fin la miro a los ojos y le explicó la situación:
-
No te preocupes, la daga te mantiene invisible, mi novia no se va a
enterar que estás aquí.
-
¿Y por qué tú me dejas de mirar?
-
No debe sospechar, así seguirás aquí, sabes que no te quiere cerca-
lo dijo en un tono que la idea parecía completamente normal, otra vez su filosofía del absurdo, supongo.
Tendrían que estar una quincena
“juntos”; si ya era difícil evitar no imaginarse a esos dos y sus salidas y
noches, ahora verla, a esa niña, entendió que su dolor sí era de carne y hueso.
Lo peor era no saber cómo decir adiós, irse, escapar.
Tú siempre entre quincenas.
Así sucedió, la niña a
veces parecía percatarse de su sombra o por el movimiento de las cortinas. Ella
se estremecía al ver que él tampoco parecía mirarla, ¿no la miraba o fingía?
Gritaba y nada hacía
que el volteará a mirarla, ¡Solo mírame!
No había respuesta
hasta que ella salía, aunque fuera para tomar aire fresco, perderse por el
bosque y llegar a la playa, era entonces cuando él le preguntaba a donde iba,
si regresaría, por qué se iba, entonces ahí sí la miraba. La convencía con esos
ojos para quedarse. Le removía la daga para que se sintiera más cómoda.
La sangre salía a mares
cuando los veía besándose o abrazos.
¿Por qué me quieres aquí si no me quieres? ¿Me quieres?
-
Yo te quiero, eres mi amiga- sonaba a consuelo, pero el dolor
siempre regresaba.
¡Entonces deja a esa niña! ¡Ella no te va a querer como yo! Las
niñas siempre te han dejado. ¿Por qué regresaste si no?¡ A la quincena no al
mes!
¿Por qué era tan
cobarde para hablar?
Pero nunca se
comparaban esos brotes a una noche cuando la niña salió a despejarse y
disfrutar la vista del mar, pudieron estar a solas, frente a frente durante la
cena, ella lo miraba mayor, a pesar de tener la misma edad, lo veía como un
ajedrecista. Miraba hacia su cena y luego rápidamente hacia ella, sin sostenerle
tanto la mirada. Como lava de un volcán enfurecido salió la sangre de la daga.
El día oficial de la
quincena, el final de la dicha de vacaciones en el bosque-playa, fue cuando
ella se armó de valor, total ya estaba muerta, muerta en vida.
Se puso un vestido
rojo, pensó que sería capaz de quemar con la prenda la casa, a él, a la niña, a
ella, a esta historia confusa y enredada entre hiedras.
Él escuchó los tacones:
-¡Mírame mi amor!-
chilló la niña- ¿Por qué estás más distraído de lo normal?
Vio pasar a su amiga,
con la cara hinchada por el llanto y sin embargo hermosa con ese vestido rojo
que se mezclaba con sangre, la miraba irse, escapar…
- No, no te preocupes
amor, sólo déjame checar algo del auto para regresar juntos ¿si?
- Claro…
Siguió a la chica del
vestido rojo por el bosque, gritó su nombre ya cuando estaba bastante lejos de
la casa para que su novia no lo escuchara, estaba desesperado, ¿ahora sí
estaría condenado a la soledad? Tenía
que encontrarla.
El tiempo no se
acababa, por fin la vio, cerca del acantilado.
Temió lo peor.
-¡¿Por qué haces esto?!
¡Eres mi amiga, no te puedes ir así!- gritó él, por primera vez lo escuchaba de
esa forma.
-¿Y tú sí te puedes ir
cada vez que quieres? ¿Abandonarme cada que se te pega la gana, perdón, la
culpa? – pero aún más impresionante para ella era escuchar su propia voz.
- No digas eso, no es
así, mírame aquí estoy, te prometí regresar…
- ¿Regresar para
clavarme una daga y sentirte más lejos que antes?
-No es así, eres mi
amiga…
- ¿A una amiga la
amenazas siempre con irte? ¿No la miras o finges? ¿La tienes en este
cautiverio?
Entonces, él abrió
demasiado la boca y sus ojos casi botaron de sus orbitas, ella se quitó la
daga, respiró y unos relámpagos plateados se pintaron en un cielo de nubes
negras.
-¡No, no hagas esto!
¡QUEDATE CONMIGO, TE NECESITO!- gritó él.
-¡¿SOLO PARA SER TU
ANCLA Y NO MIRARME, NO ABRAZARME?!
Ella se tiro por
acantilado, él corrió y vio como el mar se la tragaba, le pareció ver una
sonrisa en su rostro…
Miles de anclas de
barcos salieron a la superficie cuando ella se hundió, la lluvia cayó
torrencialmente, y junto al viento lo arrastraron en un vaivén de soledad.
No se pudo quedar con
su amiga y probablemente tampoco con su novia.
No tenía de donde
sostenerse.
Terminó la quincena y le
anunciaron su profecía.
Semblanza: Krizia Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México, en
1996. Algunos de sus escritos aparecieron en las revistas Reflexiones Alternas , Poetómanos, Prosa Nostra mx, revista
enpoli, Teresa
MAGAZINE, revista literaria pluma, pretextos literarios, revista hispanoamericana de literatura,
revista literaria monolito, Más literatura, clan Kutral, vertedero cultural,
circulo literario de mujeres, perro negro de la calle, el morador del
umbral, La página escrita, La liebre de
fuego, y El templo de las mil puertas, entre otras. Estudió la licenciatura en Ciencias Humanas
en el Centro
Universitario de Integración Humanística.
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